Las lindes del aliento cuando
pierden el corazón, todo se abandona al rey de la selva. No
piensen en amparos. El futuro ya no nos pertenece como
humanos, nadie acoge por nada, todo es puro comercio. Y, por
ende, pura esclavitud. Espantosos espacios, vestidos de
plácidos cebos, nos ofrecen por doquier. Será arrebatadora
la cuestión que, hasta el mismísimo Ministerio de cultura,
en su agenda cultural, difunde un curso, bajo el título:
“Modelos de seducción. La definición social de la belleza,
el glamour y el deseo”. Me repele que desde una casa de
culto a la cultura o de cultivo al culto cultural, predique
una estética que no es.
El glamour y el éxito difícilmente casan con la belleza.
Empezando porque la belleza es más una cualidad interior de
salir al encuentro del otro que corporal.
La acogida eso si que es cultura, humanizadora y humanizante,
una saludable hechura de servicio. Es el mejor traje en el
rincón de las marcas.
La marca del corazón dispuesta a socorrer. Cuidado con los
devoradores de la auténtica belleza, aquella que como dijo
Bécquer, levanta la mente a nobles aspiraciones. Cuando se
pierde la nobleza también se pierde la admiración por lo
bello.
De un tiempo a esta parte, también proliferan las casas de
acogida que intentan suplir el poco auxilio que prestamos a
los que gimen en la angustia. Es cierto que, en un mundo
depredador donde las alimañas son las estrellas, estos
espacios de cobijo son más que necesarios, imprescindibles;
pero, a mi juicio, son un mal remedio, puesto que la acogida
encierra todo un movimiento espiritual interior más allá de
lo que significan estos centros que suelen acoger por
periodos de tiempo.
Por mucho tratamiento social individualizado que se de a la
víctima, por mucho fomento de desarrollo personal, formativo
y autoayuda que se ofrezca, la realidad es la que es y el
contacto con el entorno social es frío y frenético.
Si la sociedad tuviese enraizado el sentido de la
universalidad como lo tiene la Iglesia Católica, no sólo en
el sentido de su extensión territorial o de la multiplicidad
étnica y cultural de sus miembros o de su vocación
misionera, sino también de su apertura universal a todo,
concretizada en la frase de Terencio: “Nada humano me es
ajeno”; o en aquella otra de San Francisco de Asís: “Dios
mío y todas las cosas”; seguramente entenderíamos con más
nitidez el significado de acoger. Otra palabra que ha ido
perdiendo su significado verdadero, suplantada por mentiras.
La acogida, en suma, se cultiva y antes nos tienen que haber
instruido para ello. Sin un sentido de acogida como Dios
manda, y otras estéticas dieron, como las cultivadas por la
generación del veintisiete, donde la literatura y el arte
cumplían una función regeneradora de los desequilibrios
sociales, desde un tono combativo pero también desde un
timbre de acogida, tenemos viciada la hospitalidad y
enviciado el recibimiento.
O sea, el tanto tienes, tanto vales: pura realidad.
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