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OPINIÓN - JUEVES, 29 DE NOVIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / ALGO MÁS QUE PALABRAS

La acogida, misión humana (y II)
 


Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
 

Las lindes del aliento cuando pierden el corazón, todo se abandona al rey de la selva. No piensen en amparos. El futuro ya no nos pertenece como humanos, nadie acoge por nada, todo es puro comercio. Y, por ende, pura esclavitud. Espantosos espacios, vestidos de plácidos cebos, nos ofrecen por doquier. Será arrebatadora la cuestión que, hasta el mismísimo Ministerio de cultura, en su agenda cultural, difunde un curso, bajo el título: “Modelos de seducción. La definición social de la belleza, el glamour y el deseo”. Me repele que desde una casa de culto a la cultura o de cultivo al culto cultural, predique una estética que no es.

El glamour y el éxito difícilmente casan con la belleza. Empezando porque la belleza es más una cualidad interior de salir al encuentro del otro que corporal.

La acogida eso si que es cultura, humanizadora y humanizante, una saludable hechura de servicio. Es el mejor traje en el rincón de las marcas.

La marca del corazón dispuesta a socorrer. Cuidado con los devoradores de la auténtica belleza, aquella que como dijo Bécquer, levanta la mente a nobles aspiraciones. Cuando se pierde la nobleza también se pierde la admiración por lo bello.

De un tiempo a esta parte, también proliferan las casas de acogida que intentan suplir el poco auxilio que prestamos a los que gimen en la angustia. Es cierto que, en un mundo depredador donde las alimañas son las estrellas, estos espacios de cobijo son más que necesarios, imprescindibles; pero, a mi juicio, son un mal remedio, puesto que la acogida encierra todo un movimiento espiritual interior más allá de lo que significan estos centros que suelen acoger por periodos de tiempo.

Por mucho tratamiento social individualizado que se de a la víctima, por mucho fomento de desarrollo personal, formativo y autoayuda que se ofrezca, la realidad es la que es y el contacto con el entorno social es frío y frenético.

Si la sociedad tuviese enraizado el sentido de la universalidad como lo tiene la Iglesia Católica, no sólo en el sentido de su extensión territorial o de la multiplicidad étnica y cultural de sus miembros o de su vocación misionera, sino también de su apertura universal a todo, concretizada en la frase de Terencio: “Nada humano me es ajeno”; o en aquella otra de San Francisco de Asís: “Dios mío y todas las cosas”; seguramente entenderíamos con más nitidez el significado de acoger. Otra palabra que ha ido perdiendo su significado verdadero, suplantada por mentiras.

La acogida, en suma, se cultiva y antes nos tienen que haber instruido para ello. Sin un sentido de acogida como Dios manda, y otras estéticas dieron, como las cultivadas por la generación del veintisiete, donde la literatura y el arte cumplían una función regeneradora de los desequilibrios sociales, desde un tono combativo pero también desde un timbre de acogida, tenemos viciada la hospitalidad y enviciado el recibimiento.

O sea, el tanto tienes, tanto vales: pura realidad.
 

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