No puede darse una verdadera
cultura de acogida, de la que tanto se habla y se presume,
más bien de boquilla sólo, porque las mismas instituciones
de países ricos hacen oídos sordos a los países pobres, y
entre ricos y pobres dentro del mismo país, ni apenas se
dirigen las miradas. Por cierto, ahora que tan a la ligera e
injustamente se machaca a la Iglesia Católica, como si fuera
la causa de todos los males, conviene recordar que la
inmensa mayoría de sus miembros son personas que entregan su
vida a los demás, desempeñando una labor discreta de acogida
y muchas veces ignorada. La sociedad, sin embargo, y sobre
todo casi siempre los inaccesibles pudientes, intratables y
con cara de ajo, lo de tender una mano al afligido con
verdadera hospitalidad de admisión y acogimiento, deben
pensar que es cuestión de curas y de sus pastorales. Con
unas migajas por Navidad suelen acallar las conciencias.
Como si los demás días, los desamparados de este injusto
mundo, no necesitasen refugio donde poder calentar su cuerpo
de amabilidad. Se han perdido tantos amores en batallas
innecesarias, que uno de los actos propios de amor como es
acoger, dormita en el letargo, aunque los inviernos de la
vida sean menos duros. La dureza la lleva ahora el ser
humano, que no entiende otra semántica, que la de servirse
asimismo poder a todas horas y el desvelo de albergar un
caudal de riquezas para sentirse grande entre los grandes.
Cabeza de lobo, en definitiva. Por otra parte, lo distante
es lo que se lleva. Los muros de hielo. Nadie escucha a los
que piden auxilio, esa es la pura verdad. Se puede nacer más
o menos acogedor, en parte también depende de las caricias
recibidas, pero igualmente es un valor que se cultiva, que
se educa. Tomen buena nota los promotores-autores de la
sugerente educación para la ciudadanía, seducción de
espíritu político e inútil formación propagandística.
Piensen, rectifiquen y si encuentran motivo acojan a la
acogida, una dama que nadie quiere porque compromete a tener
las puertas siempre abiertas cuando llama el desespero. Si
optan predicarlo, sepan que el ejemplo es la mejor
educación. Hoy por hoy, la actitud o disponibilidad para
acoger cotiza menos que la credibilidad política que ya es
decir. Las diferencias vienen sentando cátedra. Y el poder
suele hacer la vista larga o poner la guinda.
El seguro de acogida está de capa caída. Como la Santa
Iglesia de Roma eche el candado, mejor los excluidos cambian
de planeta y ya veremos qué hacen los que reparten las
raciones como divertimento. Ni la social seguridad insegura
puede salvarnos de la quema, por mucho que nos hagan doblar
las cervicales en la edad octogenaria.
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