Corría el año 1993 y estaba residiendo en Madrid, como
presidente de un organismo nacional del deporte. Acababa de
salir de una reunión del Consejo Superior de Deportes, que
presidía por aquel entonces Rafael Cortés Elvira, Secretario
de Estado del Deporte con el Gobierno de Felipe González y
buen amigo mío, aunque fuera un furibundo hincha del
Atlético de Madrid.
Durante los primeros meses de mi estancia en Madrid, paraba
en la residencia del Instituto Nacional de Educación Física
y Deportes, cuyo director era el ceutí José Ramón López
Díaz-Flor, que me ayudó sobremanera mientras buscaba una
morada más estable e independiente. No me agradaba estar
rodeado de gente perteneciente al mundo del deporte en su
vertiente activa, de todas las modalidades, simplemente
porque el jaleo era enorme. Este jaleo estaba motivado por
el éxito de las selecciones españolas en las Olimpíadas del
año pasado y por ello, las autoridades deportivas estatales
se habían empeñado en desarrollar actividades a marchas
forzadas con vistas a las próximas olimpíadas de Atlanta’96.
Un día, durante una reunión internacional de líderes
deportivos, recibí la invitación personal del emir Asfeth
Missalam Ahmed, tesorero de la Federación de Deportes de
Kuwait en el sentido de que acudiera a su país para dar una
conferencia sobre la formación de líderes deportivos, con
todos los gastos pagados más una asignación por los
servicios prestados y una cantidad determinada para mis
gastos particulares. Ni que decir tiene que ante tamaña
invitación acepté decididamente.
Aparte de que el viaje a aquél país de la península arábiga
fue toda una aventura, mi estancia en el mismo, que se
prolongó veinte días, resume todo el compendio de lo que es
en realidad aquella zona en su vertiente humana.
Aquél país que en 1953 se había convertido en el mayor
exportador de petróleo del Golfo Pérsico y que nunca había
nacionalizado a cuantos inmigrantes llegaban, ni siquiera
les concedía la ciudadanía, era en realidad un feudo de una
feroz familia que sin embargo daban mucha importancia a la
hospitalidad. De hecho fui invitado a numerosas reuniones de
gente importante de aquél país con un té o café siempre
esperándome. Antes venían las comidas, unas comidas que
tienen un papel muy importante en el pequeño país fundado
por la dinastía Al Aniza, cuyos primeros miembros emigraron
desde la Arabia central, acosados por la hambruna. Las
comidas a la que asistí –es tradición en ese país invitar
frecuentemente- siempre estaban conformadas por la tradición
y la principal se conoce como “machboos” y consistía en
cordero, pollo o pescado mezclados con grandes cantidades de
arroz cocido. Se comía con las manos, únicamente con la
derecha, cosa que me creó bastantes dificultades al no estar
acostumbrado y por mi terror congénito de ver mis manos
manchadas con grasa, aunque hoy en día esa práctica está
desterrada.
Acudía, especialmente invitado junto con el intérprete de
español habitual que pusieron a mi servicio, a numerosas
“diwaniah” (una institución exclusiva de la cultura kuwaití)
algunas tardes de la semana. En esas reuniones sólo
participan hombres y se discute cualquier tema sin miedo a
ser perseguidos. En una de esas reuniones me llevé el mayor
susto de mi vida…
Las mujeres, en toda la península arábiga, tienen un papel
inexistente. Son meros objetos de uso exclusivo de los
hombres, tanto en el ámbito familiar paterno como en el
marital. No pueden, ni deben, estar reunidas con hombres que
no pertenezcan a su familia. Por ello no me asombra la
noticia que ahora viene en los medios de comunicación de que
hayan castigado condenando a una joven árabe que ha sido
violada por muchos hombres.
Ese castigo tiene larga tradición en el Golfo Pérsico. Si
una mujer es hallada reunida con un hombre que no pertenece
al ámbito familiar, está condenada de antemano a ser violada
por varios hombres como castigo a ese acto. Si presenta
denuncia es castigada, encima, a varios azotes con látigo y
posteriormente desterrada, si no ha sido asesinada antes por
algún miembro de la familia. Si alguien salía en su defensa
también era castigado, mientras los violadores salían
indemnes.
Esto es lo que me tradujo el intérprete en aquella
“diwaniah” a la que asistí (era la cuarta de un total de
siete reuniones). Una mujer kuwaití había sido condenada a
la lapidación… porque los rumores la situaban en una
situación comprometida. No tenían pruebas de ello…
¡únicamente eran rumores! No dije nada, no quería ser
condenado en el único país del mundo sin lagos ni reservas
de aguas naturales. Sólo petróleo.
|