La chica vino desde su Pamplona
natal con escaso bagaje cultural y unas ambiciones
desmedidas, que no estaban acordes con su escasa formación.
Carmen Echarri era, sin duda, la que peor escribía de
cuantos becarios llegaron en su día al periódico decano.
Tenía del estilo una concepción zarrapastrosa. Lo cual sí
coincidía con su habitual desaliño. Rezumaba, por tanto,
descuido por todos los poros de su cuerpo. Aunque venía
sobrada de otros recursos para ganarse la voluntad del
editor.
Un editor, Rafa Montero, que en principio estuvo
tentado de prescindir de sus servicios. Porque decía
desagradarle todo lo referente a una muchacha que, según
comentaba él, no tenía nada que agradecerle a Dios. Y
Carmen, que estaba al tanto de lo que decía el jefe,
entendió perfectamente que debía actuar con prontitud si
quería echar raíces en “El Faro”. Y, claro, se puso manos a
la obra para dar lástima.
Lo primero que hizo Carmen fue propalar que algunos becarios
la tenían tomada con ella. Que incluso la maltrataban de
palabra en la vivienda compartida con ellos. Hasta el punto
de que, cada dos por tres, se desvanecía en la redacción y
allá que acudían los veteranos del medio a procurarle aire a
una criatura que daba la impresión de sentirse desvalida en
medio de tantos compañeros malvados.
Quienes comenzaron a hacerle el artículo ante un Montero que
seguía en sus trece de darle la boleta, fueron los
directores que se turnaban en la dirección, porque habían
conseguido que ella se pasara horas y horas en una redacción
abandonada por ellos, mientras el dueño andaba siempre de
viaje por tierras murcianas, dándose aires de ser un nuevo
Joseph Pulitzer.
A partir de entonces, y gracias a la pereza de Higinio
Molina y de Luis Manuel Aznar, de Carmen
principiaron a decir los lameculos de la Casa que era una
chica extraordinaria, y que se pasaba tantas horas en su
puesto de trabajo que a veces dormía incluso en el despacho
del director. Que ya había que tener ganas. Porque ese
despacho si por algo se distinguía era por oler a sobaquina
y a pies apestosos hasta la náusea. Así, cuando el editor se
enteró de que la Echarri amaba tanto a “El Faro” que incluso
tenía por colchón el sillón de los directores –por lo del
turno- y por almohada la mesa de éstos, no dudó en exclamar:
¡Esta es la chica que voy a situar a la vera de Luis Vicente
Moro para que me tenga al tanto de cuanto se cuece en la
ciudad! Y la chica, Carmen Echarri, gritó ¡eureka!... Al fin
se van a cumplir todos mis deseos.
Un día, de hace ya varios años, le dije a Carmen Echarri que
sus artículos eran desmañados. Abstrusos. Complicados. En
suma: que cuanto escribía estaba falto de gracia, de finura,
de imaginación... Pero que tenía todo el tiempo del mundo,
por su juventud, para aprender a decir las cosas con
interés. Pero ha ido de mal en peor. Y también recuerdo
haberla consolado cuando, ejerciendo ya de directora
omnipotente, apareció por el periódico, de la mano del
editor, Luis Manuel Aznar. Pues no sólo cogió la llorona
sino que se puso a despotricar contra ambos. Y me vi forzado
a hacerle una columna despectiva al hijo pródigo que
regresaba ganando más dinero que ella. Y todo porque Montero
decía que “El Faro” necesitaba una revitalización urgente.
El viernes pasado, tras leer un artículo de CE, titulado “El
Señor de los negocios”, pensé: hay que ser imbécil para
escribir así. ¡Esto no tiene sintaxis!...
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