Barba larga, bigote rasurado, pelo muy corto, uñas
extremadamente cortas, pantalones justo por encima de los
tobillos, delgadez... ¿Quién no ha pensado alguna vez, al
encontrarse determinados rasgos estereotipados en un
musulmán si no será un yihadista? El Doctor y profesor de
Ciencia Política y de la Administración Javier Jordán y el
diplomado en Ciencias del Trabajo Fernando Mañas también se
han hecho una pregunta muy similar: “¿Es posible saber si
estamos ante un yihadista juzgando sólo las apariencias
externas?”.
Su conclusión fue que la observación “atenta” de ciertos
indicios “puede resultar de utilidad” a la hora de
investigar procesos de radicalización yihadista, pero que no
debe olvidarse en cualquier caso “las apariencias externas
sólo constituyen indicios débiles, por lo que “resulta muy
difícil responder de manera taxativa a esta pregunta”.
“Sería un disparate”, razonan Jordán y Mañas, “afirmar que
un musulmán es ‘fundamentalista’ porque practica el ayuno en
Ramadán, se abstiene de beber alcohol, realiza puntualmente
las cinco oraciones diarias”. No obstante, ambos, miembros
del equipo de trabajo de ‘Athena Intelligence’, sí creen que
cuando “ciertos indicios” van unidos a comportamientos
grupales existen más probabilidades de sospechar.
Entre esos “síntomas” hay algunos que hacen referencia al
aspecto exterior del sujeto y otras a su comportamiento.
Entre los primeros cabe citar el de quienes se dejan barba
larga, “en ocasiones rasurándose el bigote, volviendo así a
la apariencia de la época originaria del Islam, la de los
salaf (ancestros)”.
Otros son procurar llevar el pelo de la cabeza muy corto;
recortarse mucho las uñas; utilizar siempre que pueden
chilaba o pantalones muy amplios (nunca cortos y que siempre
cubran justo por encima de los tobillos) y el gorro típico o
turbante; tener una pequeña callosidad en la frente de
golpear el suelo con fuerza cuando se prosterna o perder
peso debido a cambios en los hábitos alimenticios (hay
quienes ayunan seis días más en el mes de Chawal, el
siguiente al Ramadán) son algunos de los que citan, si bien
dejan claro que “estas costumbres también pueden ser
practicadas por musulmanes piadosos no yihadistas”.
En cuanto al comportamiento los dos especialistas alertan de
lo común en militantes yihadistas que es que muestren una
“atención escrupulosa” a lo permitido (halal) y lo prohibido
(haram); que se desaten “tensiones o cambios de
comportamiento familiares”; un “retraimiento y polarización
social” que lleva a evitar el trato con los kafirun
(infieles); mostrar “interés por todo lo relacionado con la
época de los comienzos del Islam” o mostrar un aumento de la
agresividad y un nuevo interés por las armas.
En la misma línea, existen “comportamientos colectivos” que
inducen a la sospecha como la práctica de la oración
colectiva entre los miembros y simpatizantes del grupo y el
seguimiento en común e intercambio de propaganda y “la
lectura, audición o visualización de materiales
propagandísticos juega un papel de primer orden en la
formación de la contracultura yihadista”.
Relación con delincuentes
“La relación o admisión en el grupo de delincuentes comunes”
es otro indicador “frecuente y bastante relevante” de la
vinculacio´n de un individuo con la Yihad en tanto que
“resulta chocante que se jacten de ser religiosos y tengan
amistad con personas que cometen pequeños hurtos, trafican
con droga o realizan fraude de tarjetas de crédito, cuando
este tipo de prácticas se oponen frontalmente al Islam”.
La “puesta en práctica de medidas de seguridad” es el último
comportamiento aparentemente sospechoso de los yihadistas:
“Es muy habitual que comiencen a utilizar medidas de
autoprotección con el fin de eludir cualquier vigilancia:
uso de alias, técnicas para evitar seguimientos, cambio
frecuente de la tarjeta de teléfono móvil, uso habitual de
cabinas públicas, memorización de nombres y teléfonos,
empleo de códigos secretos, etcétera”.
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