Al contrario que España, antigua
“potencia” protectora en el norte del país y que no supo
marchar sin dejar antes la tarjeta de visita al contrario
que Francia, el Reino de Marruecos tejió desde su
independencia en 1.956 todo un entramado de intereses, a
través del cual ha podido ir influyendo solapadamente y de
forma interpuesta en su beneficio. Hecho reconocido entre
otros por Mustafá Sehimí, director de investigaciones (al
menos hace cinco años) del ‘Centro de Estudios Estratégicos’
de Rabat: “España no ha conseguido crear en Marruecos un
lobby que defienda sus intereses, como lo han sabido hacer
Francia y Estados Unidos”. Bueno sería ahora que en Ceuta,
ciudad querida, dieran un paso al frente no solo aquellos
personajes de talante promarroquí por todos conocidos y que
siempre han tenido al menos la gallardía de no esconderse,
como es el caso de Mohamed Hamed Alí, hombre como todos con
sus luces y sombras pero que al día de hoy se ha convertido
en Ceuta y en la Península, guste o no, en interlocutor de
un significativo sector y que, en alguna medida, debería
tenérsele en cuenta (así son las reglas del juego) sino el
entramado político-empresarial (me atrevería a decir hasta
mediático) que ya está posicionado al otro lado del Tarajal.
No es por nada, pero cuando irrumpan en serio los problemas
así sabremos todos a qué atenernos, explicándonos entonces
-en pura lógica y deducción- actitudes aparentemente
incongruentes.
Volviendo a la cosa esa del “lobby”, históricamente deben
separarse dos momentos: la etapa de franquismo y el
advenimiento y consolidación de la democracia. En la primera
destacarían con luz propia la familia Fierro y el ex rey de
Bulgaria Simeón de Sajonia Coburgo (exiliado en España),
testaferros de los bienes de Hassan II, el conde de Godó
(titular de ‘La Vanguardia’) y, sobre todo, José Solís Ruiz,
secretario general del Movimiento y ministro del Régimen,
abogado para más señas de de la familia real marroquí en
nuestro país y que negoció a favor de Hassán II el oportuno
abandono (España era y sigue siendo responsable de la
descolonización del territorio) del Sáhara Occidental. Desde
1.975 y hasta el momento nos encontramos, entre otra pléyade
de figuras menores, con literatos como Juan Goytisolo
(escritor antifranquista confortablemente instalado,
acríticamente, en Marrakech), diplomáticos como Máximo Cajal
(fue interprete entre Franco y De Gaulle siendo conocidas
sus tesis abandonistas sobre Ceuta y Melilla), el empresario
José Miguel Zaldo Santamaría (presidente del comité
empresarial hispano-marroquí en la CEOE), el ex presidente
de la Generalitat Jordi Pujol (su padre era propietario de
un buen lote de tierras próximas al aeropuerto tetuaní de
Sania Ramel), la plana mayor de la Junta de Andalucía y,
particularmente, la familia González-Romero, con reconocidos
intereses en el país a través de su complejo
político-económico-mediático; Felipe González llegó a
presentar a su “partenaire”, el multimillonario mexicano
Carlos Slim, al rey Mohamed VI.
Al Reino de Marruecos yo le reconozco, no sin admiración,
tres virtudes: su larga, larguísima mano, la manifiesta
generosidad para con sus amigos y la impunidad con la que
actúa, a nivel internacional, en defensa implacable y
cerrada de sus intereses.
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