Hubo un tiempo en el cual hacía
todo lo posible por bucear en las hemerotecas. En cuanto
disponía de tiempo, allá que frecuentaba la municipal o bien
la del periódico donde trabajaba. Me fascinaba leer todo
cuanto se escribía en Ceuta durante los meses anteriores al
golpe de Estado. Y, desde luego, leía con avidez lo ocurrido
a raíz de que se proclamara la sublevación.
Un día, en uno de los tomos de “El Faro”, descubrí una
noticia cuyo párrafo principal, por ser comprometedor para
un político relevante, tenía cada línea cubierta por una
raya hecha con un bolígrafo de tinta azul. La noticia
trataba de un acto celebrado en el Casino Africano por un
grupo de jóvenes falangistas que iban al mando de un militar
comprometido con ellos a fin de enseñarles el manejo de las
armas.
Confieso que me pudo la curiosidad y opté por mirar lo
tachado al trasluz. Y descubrí, en pocas palabras, lo
terrible que debió ser la guerra para muchas personas. Al
verse obligadas a tomar una decisión que les salvara la
vida, o bien ofrecerse en sacrificio por sus ideas.
La lectura de aquel párrafo, en una información amplia
acerca de los “vivas” y las consignas que se dieron a
Franco y a sus tropas en el ya reseñado casino, me causó
la consiguiente impresión. Y también me hizo comprender el
derecho que tenía aquella persona, de la que allí se
hablaba, para cambiar de opinión y evitar cualquier tragedia
que hubiera podido causarle problemas a él y a su familia.
Comenté lo hallado con una periodista, compañera de
redacción, que apenas puso atención por lo que le decía. A
ella, por su juventud, lo descubierto por mí le sonaría a
chino. Pues bastante tenía la pobre mujer con dar los pasos
precisos para hacerse con las riendas del medio en vista de
la dejadez demostrada en su labor por los consiguientes
directores que tuvo el periódico en esa época.
Creo recordar, y si no que él me corrija, que también puse
lo leído en conocimiento de Francisco Sánchez Montoya.
El cual estaba entonces enfrascado en darle los últimos
toques a su extraordinario libro “Ceuta y el Norte de
África. República, Guerra y Represión 1931-1934”. Pero Paco,
siempre tan atento, no le dio importancia al asunto del
párrafo tachado con un bolígrafo de tinta azul. Es más: creo
que le oí decirme que lo más normal hubiera sido que la
página se le hubiera llevado la persona interesada en que lo
escrito en ella no pudiera ser más leído. Porque él se había
encontrado muchos periódicos deshojados por tales motivos.
Lo que no entiendo es que quien se acercó un día a la
hemeroteca a anular unas líneas convencido de que éstas
podían menoscabar el prestigio de alguien muy querido por él
(alguien que estaba en su perfecto derecho a mostrar su
simpatía por unos generales rebeldes. Por creer que la
República, su República ansiada, andaba sumida en un caos
perjudicial para España), no sea capaz de perdonar ahora un
error, una equivocación, un lapsus, de un ministro de
Asuntos Exteriores que nos tiene acostumbrado a trabucarse
en cuanto se relaja.
Ministros despistados los hubo siempre. Y hasta se hicieron
chistes de ellos. No hace falta nominarlos. Como tampoco
creo necesario repetir aquí el nombre de un ex ministro cuya
obsesión consiste en recordarnos a cada paso que España se
rompe. Con el fin de asustarnos. Y decirnos, además, que con
Franco se vivía en el Edén. Vaya con cuidado, pues, el
patriota de costumbre.
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