Media España está sufriendo
inclemencias meteorológicas inusuales, aunque hacia el norte
templan el ambiente temperaturas inusuales en estas
latitudes. El domingo la estación invernal del Alto Campóo
(entre Cantabria y Palencia) lucía su desnudez, sin apenas
nieve y en la cercana Fontibre, cuna del río madre de
Iberia, el pequeño flujo de aguas mantenía la umbría del
ambiente pese a los cálidos rayos del sol que pugnaban por
penetrar el follaje. Saliendo de Marruecos, en la “jotba”
del viernes 16 mezquitas y oratorios del país leían un
comunicado remitido por el ministerio de Habús y Asuntos
Islámicos mientras los consejos locales de ulemas, a
instancias de las orientaciones del Rey Mohamed VI en su
papel de Emir de los Creyentes, procedían a organizar
plegarias rotativas para pedir la lluvia siguiendo el
conocido versículo del Corán: “El (Dios) es quien hace
descender la lluvia después que hayan desesperado,
expandiendo su misericordia”.
Todos los indicios apuntan a un cambio climático cuyo paso,
irrevocable, empieza a sentirse en todos los rincones del
Planeta por más que intelectuales desarrollistas,
tecnócratas pensionados y pensadores pesebreros intenten
ocultarlo a la ciudadanía, ralentizando la toma de medidas
necesarias que pudieran paliar los impactos que se avecinan
como el drama humano de las riadas migratorias incontroladas
que huirán cuando y donde puedan del hambre y la miseria,
intentando alcanzar la insolente opulencia de las sociedades
de consumo cuyos inquilinos siguen, inconscientes, bailando
alegremente al son de la orquesta mientras la nave se hunde.
Como en el “Titánic”, pero sin glamour ni heroísmo.
Si el domingo, al menos en gran parte del norte de España
lucía un sol de justicia, la brusca caída de las
temperaturas del lunes cogió desprevenidos a los
responsables de la Red Eléctrica de España (REE), que estuvo
muy cerca del colapso obligando a cortar la luz a 200
grandes empresas para evitar la caída del sistema; las
energías renovables (hidroeléctrica, solar y eólica) no se
estaban comportando según las estimaciones (escasez de agua
en los embalses y de velocidad del viento) y, para más inri,
las centrales nucleares de Almaraz (Cáceres) y Ascó
(Tarragona) operaban al 50% de su potencia por tener
parados, debido a razones técnicas, uno de sus dos
reactores. Si a esto le añadimos un más que previsible, como
advierte premonitoriamente el jeque Ahmed Zaki Yamani, ex
ministro saudí de energía y ex presidente de la OPEP, un
fiasco en el desenlace de las tensiones con la República
Islámica de Irán (país con el que la guerra, más pronto que
tarde, es a mi juicio inevitable) podría alzarse el precio
del barril de petróleo a 200 dólares. En estas condiciones,
la crisis de petróleo de 1973 que estancó e hipotecó el
desarrollo socioeconómico de Occidente sería un juego de
niños. Ante esta coyuntura apostar como parece hacer el
Partido Popular por una “moratoria nuclear” es, además de
una “boutade” electoral, una grave irresponsabilidad. A
plazo corto habrá que confiar en la benignidad de este
invierno y el aumento de la producción de crudo, si así lo
acuerda la OPEP el próximo 5 de diciembre en Abu Dabi
(capital de los Emiratos Árabes). Inch´Alá, claro. Bonita
forma de meter a Dios por medio.
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