Juan Vivas fue durante
muchos años el asesor principal de todos los políticos que
pasaban por el Ayuntamiento. Un tecnócrata al cual los
concejales rendían pleitesía y le consultaban lo más mínimo.
Los políticos, salvo alguna que otra excepción, accedían a
los cargos tan escasos de ideas como de preparación, en casi
todo.
Por lo tanto, a nadie podía extrañarle que a concejales y
diputados les diera por echarse en lo brazos de un hombre
que sí se había preocupado por conocer todo lo referente a
la institución municipal. Fíjense que digo conocer. Y no
saber de todo. Lo cual hacía que los políticos no pudieran
prescindir de sus orientaciones.
Juan Vivas, además, como funcionario especializado en muchos
asuntos, intuía muy pronto cuando algún político se iba a
pegar un jardazo del cual no se iba a recuperar jamás. Uno
de esos costalazos públicos que dejaban al desafortunado
expuesto a pasar todas las calamidades del mundo. E
inmediatamente, vamos, con urgencia de quirófano de guardia,
trataba por todos los medios de indicarle al concejal, o
diputado, que su situación no era la adecuada para seguir
recibiendo consejos sobre cómo actuar en la Casa Grande.
Cuando ello sucedía, es decir, cuando algún político con
cargo se despeñaba por la ladera del error que pudiera
complicarle la vida a asesor tan reputado, dejaba de ser
bien visto por parte de sus compañeros de partido. Y lo
siguiente era, sin duda, que se sintiera aislado. Hasta el
punto de que, más pronto que tarde, su carrera política
finalizaba. No quiero dar nombres, pero los tengo grabado a
fuego en la memoria.
Las meteduras de pata de Juan Luís Aróstegui, siendo
concejal de Economía y Hacienda, son sobradamente conocidas.
Y, por supuesto, deben estar archivadas en la alacena de la
memoria de Juan Vivas e incluso escrita en ese libro donde
seguro asienta vida y milagros de cuantos han tenido
relaciones con él.
Cierto es que también JLA debe conocer perfectamente si en
sus fracasos, durante su mandato como consejero de Economía
y Hacienda, influyeron los consejos recibidos por parte del
entonces más destacado funcionario de la institución
municipal. De ahí que, al margen de su derecho a la libertad
de expresión, no haya jueves donde su dardo envenenado no se
dirija directamente al corazón del presidente de la Ciudad.
El de ayer, destinado a recordarle a Juan Vivas que tiene a
su vera a un hombre de confianza, que fue destacado
“gilista” y a quien le achaca haberle adjudicado una
promoción de viviendas a una empresa de la que su hermano es
asesor (“por supuesto casualmente”), es una prueba evidente
de que sabe el terreno que pisa.
De cualquier manera, a quien le corresponde salir al paso de
la denuncia es a Francisco Márquez, consejero de
Hacienda y presidente de Emvicesa. Y cuanto antes mejor.
Pues de lo contrario, créanme, a Juan Vivas comenzarán a
entrarle las dudas sobre si es conveniente contar con un
asesor que tiene detrás una historia que le permite a Juan
Luís Aróstegui ahondar en ella con la mala baba de quien se
conoce de pe a pa todas los pasos equivocados que se han
dado en la Casa Grande. Un asunto, pues, delicado. Porque
deja en entredicho a cuantos hayan optado por dar la callada
por respuesta a semejante acusación.
|