Coincido en la consulta del
odontólogo, Juan Antonio Martínez Silva, con Pedro
Gordillo. Y nos saludamos con cierta celeridad pero con
la sonrisa presta en nuestro intercambio de palabras. A mí
se me ocurrió hacerle una gracieta y él respondió con un
gesto adecuado a mis palabras.
Vi a Gordillo contento y portador de una presencia
revitalizada. Y me atrevo a decirlo a pesar de que pasó ante
mí con la fugacidad del hombre a quien no le está permitido
perder ni un instante de su vida comentando banalidades.
Iba, la verdad sea dicha, todo telendo. Con ese caminar
rápido de quien está muy solicitado pero saturado de
tranquilidad y sosiego.
Lo primero que hice es alegrarme de que PG haya encontrado
la calma junto a Juan Vivas. Porque imagino que, desde que
es vicepresidente de la Asamblea y otras cosas, se verá
muchas más veces con el presidente de la Ciudad y, por
tanto, habrán aumentado las oportunidades de reunirse para
dialogar sin prisas pero sin pausas. Y es bien sabido, por
quienes hemos tratado a Vivas, que en ese terreno es capaz
de domeñar a las fieras. Que buen domador hubiera sido
nuestro presidente de habérselo propuesto.
Juan Vivas, y creo que nunca se lo he contado a él, me
recuerda mucho a un delegado que tuve yo cuando entrenaba al
Real Mallorca. Que jamás se impacientaba ante arbitrajes
nefastos e incluso era capaz cuando los demás estábamos a
punto de cometer una fechoría de sacarse de la chistera la
frase adecuada para ponernos a todos en nuestro sitio.
Después, claro está, cuando dejaba de representar su papel
como delegado, es decir, nada más quitarse el brazalete que
lo distinguía, no estaba para nada ni para nadie. Vivía,
aquel hombre, sólo y exclusivamente para él y para sus más
íntimos.
A lo que iba e insistiendo: que vi a Pedro Gordillo radiante
de felicidad, enseñando sus dientes de “Nobel Smile” y con
ese paso marcial que suele aflorar cuando uno se encuentra
bien consigo mismo y pretende mostrarlo a los cuatro
vientos. Un estado de satisfacción que a buen seguro
repercutirá favorablemente en el hacer que tenga encomendado
el vicepresidente de la Asamblea. Desde luego, bajo la
atenta mirada de un presidente que es capaz de llevarse al
huerto a la mismísima Ana Rosa Quintana y a los
componentes de su mesa de invitados.
Francisco Antonio González, que habrá notado, sin
duda, el cambio tan grande y favorable que se ha producido
en su compañero Gordillo, tendría que hacer todo lo posible
por pasar unas horas, unos días, o mucho tiempo, a la vera
de Juan Vivas. Con el único fin de mejorar su saber estar en
ciertos aspectos.
Ahora bien, mucho me temo que ello le será imposible. Y más
conociendo que lleva ya mucho tiempo tratando por todos los
medios de hacer amistades entre la gente del fútbol. Con la
que dice encontrarse muy a gusto. Y es que de continuar así,
cualquier día nos desayunamos con una noticia sensacional.
No se me adelanten; que el diputado no hará hincapié en que
las federaciones dejen de trapichear con los dineros. El
bombazo podría ser lo que sigue: que sea nombrado
seleccionador nacional, en cuanto Luis Aragonés
decida irse. De momento, el artículo se lo viene haciendo el
presidente de la Federación de Fútbol de Ceuta.
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