El domingo, 18 de octubre, el
vecino Reino de Marruecos celebró el 51 aniversario de su
independencia en un ambiente de fiesta que, como recordaba
la agencia oficial MAP, “reviste un significado profundo ya
que encarna la voluntad común del Trono y del pueblo de
defender los valores nacionales y sagrados del país”. Si,
según el consejo del magrebí San Agustín, “en tiempos de
crisis no hay que hacer mudanza”, en júbilos y festividades
ajenas es norma de cortesía y buen gusto respetar, cuando no
alegrarse, del jolgorio del otro, máxime en nuestro caso
cuando se trata de un vecino (el del sur), amigo a veces
(otras no) y que, casualmente este año debido al mutante
calendario lunar islámico, festejaba el aniversario de su
independencia un Dóminus Domici.
Incluso si me permiten, parece oportuno en esta significada
fecha para nuestros vecinos marroquíes si no llegar a
abracijarse con ellos aprovechar, al menos, el evento para
acalugar con estas líneas algunos desencuentros vecinales.
Yo, que soy de origen urbanita pero enraizado por vocación y
formación en la “yebala”, siempre lo he dicho: los roces y
diferencias, los tradicionales problemas de lindes, siempre
los tienes con el vecino y no con el inquilino del otro
bloque. Digo. No es pues el momento de ponerme a confutar
nada ni, menos, aprovechar el evento para engatar a nadie y,
menos, a mis vecinos y amigos del sur, a mi familia del
vecino gran país a la que, naturalmente, felicito de todo
corazón; huyo por norma de discusiones erísticas, caras a
otros pero que a mí siempre me han disgustado, dialécticas
vecinales con ese peculiar mixtifori tan apreciado por
ciertas lechigadas expertas en intentar, vanamente,
acapillar y garrañar bienes ajenos.
En 1956 el Reino de Marruecos alcanzó su independencia
entronizando a Mohamed V, abuelo del actual soberano.
El Protectorado francés y español se diluía como un
azucarillo en un hirviente vaso de te; Francia salía
enfangada en sangre, a regañadientes, mientras en la zona
norte España, incautamente sorprendida, abandonaba
paulatinamente el territorio sin ningún muerto a sus
espaldas, ciertamente despechada, pero con la cabeza alta.
Marruecos recuperaba el control de lo que siempre fue suyo,
pues tal es la diferencia entre un Protectorado y una
Colonia aunque luego, intelectuales de una y otra orilla, se
hagan la picha un lío con la terminología. En el “Haber” de
la gestión durante el Protectorado un gran logro: la
reunificación del país, lograda a sangre y fuego (efectivos
franceses lucharon contra los insurgentes bereberes en el
Medio Atlas hasta 1934) para mayor gloria del Majzén (cuyas
tropas jalifianas lucharon al lado de las europeas, detalle
que suele olvidarse): la dinastía Alauí recibió un país
hecho y derecho aunque, a los hechos me remito, no debió
parece suficiente pues el naciente Marruecos se embarcó
rápidamente en campañas de expansión, en un proceso de
“Independencia” a plazos, claramente diacrónico, del que en
varias ocasiones ya nos ocupamos. En todo caso, el domingo
fue el Gran Día del Reino de Marruecos. Felicidades pues.
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