Quien manda en este periódico,
como en todos, es el editor. Hay excepciones, como sucede en
El Mundo, por ejemplo, donde es el director omnipotente
quien a sus obligaciones suma también poderes delegados de
empresario. Por tal motivo, le llaman el señorito.
El editor de El Pueblo de Ceuta suele meditar muy bien las
decisiones que toma. Es dialogante. Fiel cumplidor de sus
compromisos. Tiene carácter. Y está entusiasmado con su
medio. De ahí que pase muchas horas en el despacho. En
ocasiones, su voluntarismo lo conduce por la trocha del
error, pero pronto reacciona y vuelve a buscar el camino
apropiado. El cual no tiene por qué ser recto.
A veces, el editor no está de acuerdo conmigo ni yo con él.
Y nos ponemos a discutir acerca de la cuestión que vemos de
manera bien distinta. Nuestras disquisiciones no son
frecuentes, aunque tampoco escasean. Y hay momentos donde a
él le entran unas ganas locas de mandarme allá donde el
viento da la vuelta y a mí de irme con la música a otra
parte; que bien pudiera ser mi casa.
Hace ya varios meses, José Antonio Muñoz, que así se
llama el editor (sí, hombre, el mismo que como presidente de
la Asociación Deportiva Ceuta hizo posible que el primer
equipo local jugara promociones de ascenso a cada paso), me
llamó a su despacho para comunicarme su deseo. “Quiero que
tu columna sirva solamente para opinar de asuntos locales”.
Lo primero que le dije es que en este espacio siempre había
primado el análisis de lo ceutí. Una tarea, por cierto,
compleja y peligrosa en muchos sentidos. Por razones tan
evidentes que sería una perogrullada exponerlas. En suma:
que si escribir veinte días sobre asuntos relacionados con
la ciudad era ya una labor titánica, hacerlo veintiséis, y
encima con análisis dominical, me parecía exponerme a todos
los vientos con la misma indefensión que la flor del vilano.
El editor se mantuvo en sus trece. Ya que cuando quiere,
todo hay que decirlo, es endemoniadamente terco. Y a mí sólo
me quedaban dos caminos: decirle good-bay o aceptar el reto
de saber que me está prohibido aliviarme con opiniones de
hechos nacionales y hasta de comentar temas futbolísticos.
Deseché el decirle adiós, y no vean aquí ningún tipo de
soberbia, porque me encanta afrontar retos. Aunque en el
empeño deba analizar comportamientos de quienes hasta ahora
pasaban por ser animales en extinción y por tanto especies
protegidas. Y hablar de ellas era como exponerse a ser
sambenitado en plaza pública.
Es el caso, entre otros, del presidente de la Federación de
Fútbol de Ceuta; un tipo arrogante, vestido con ropajes de
falsa humildad, que viene tapando sus deficiencias contables
en la federación por medio de innumerables argucias. Un tipo
que lleva viviendo toda su vida de un cargo alegando que es
un instrumento del Señor. Arsa, pilili, ele mi niño Emilito,
y vivan los sacristanes enterados. Es lo que hubiera dicho
el maestro Campmany de este beatorro que es conocido
también como el práctico.
Ven ustedes los inconvenientes que tiene escribir nada más
que de asuntos locales. Que uno, en su afán por salir airoso
de cometido tan difícil, se ve obligado a repetirse. Y es
que hay lectores que me han dicho ya que están hasta los
huevos de Emilio Cózar.
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