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OPINIÓN - VIERNES, 16 DE NOVIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Darfur: guerra y ecología
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

El feliz desenlace, para la tripulación española al menos, de la reciente crisis en el Chad empieza a poner sobre el tapete algunos de los oscuros juegos que se empiezan a librar, con peones interpuestos bien a su pesar, en las relaciones Norte-Sur o, para ser más explícitos, desarrollo versus subdesarrollo. La utilización del medio natural con fines militares (tácticos y estratégicos) tiene una historia de milenios: desde la corta de árboles o el emponzoñamiento de pozos de agua, al uso del clima: a veces de forma pasiva (“El general invierno”, genialmente empleado por los rusos primero con el “Grand Armée” napoleónico y luego con el ejército alemán) y, más recientemente, interactuando sobre el mismo: es clásico el ejemplo del bombardeo de diques vietnamitas, en la época de los monzones, por el US Army.

Aun no he podido echarle el guante a la última y reciente publicación del prestigioso general Salvador Fontela Ballesta (quien hace años fue Segundo Jefe de la Comandancia Militar de Ceuta), “Los campos de batalla del futuro”, pero en los nuevos escenarios que se están presentando a marchas forzadas deben figurar tres grandes epígrafes: las guerras civilizacionales, las guerras por los recursos (agua y energía en primer término) y las guerras climáticas, pues los cambios en el ecosistema no harán sino acelerarse (sequía, avance del desierto…) induciendo la puesta en marcha de grandes movimientos migratorios. Otras veces y de forma soterrada, pueden cruzarse ambos escenarios (guerra + clima) como pudiera estar ya sucediendo en Darfur, Sudán.

Efectivamente, en la región de Darfur, con una superficie similar a la de España en la que sobreviven sobre 6 millones de habitantes y de donde, en teoría, procedían los infelices e inocentes niños “rescatados” por la ONG francesa “El Arca de Zoé”, cuyo desenlace salpicó a la tripulación española, convergen tres líneas que envuelven la región en una cruelísima guerra civil desde principios de 2003, que ha ocasionado ya más de 200.000 muertos y desplazado una corriente migratoria superior a los 2 millones de personas. Primero y como ha confirmado el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), la creciente sequía que ha agravado, por lo demás, un problema ya latente en la zona norte: la desertificación; después la dictadura islamista, que llevó al poder tras un sangriento golpe de estado en 1989 a un presidente radical, Omar el-Béchir, cuyo régimen no ha dejado de atizar los odios cainitas entre la población nómada (y pastoril) y la sedentaria (agrícola), con criterios étnico-lingüistas (imposición del árabe mayoritario entre los nómadas); finalmente, la riqueza de oro negro del subsuelo sudanés que, según algunas prospecciones, podría extenderse a la zona este, la región de Darfur, limítrofe mayoritariamente con Chad y, en menor superficie, con Libia y la Republica Centroafricana.

Dos potencias (una clásica, en retirada y otra emergente) se observan a distancia: Francia y la República Popular China, el coloso asiático, que mantiene al día de hoy en África más embajadas que los Estados Unidos. ¿Qué pensará el espectro del general Gordon, con su guerrera rojo-británico, desde la capital de Sudán, la legendaria Khartúm?.
 

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