Transcurría el año 1982 y en determinado momento del mismo
me separé de mi primera mujer, de mutuo acuerdo sin
problemas ni cortapisas, en un acto casi reflejo porque
nuestro amor se había apagado como una vela. Habían pasado
trece años de unión matrimonial, con sus vaivenes de crisis
y felicidad como todos, que debido a la libertad que
imperaba entonces, sólo entre los dos, quedó visto para un
futuro divorcio. Tiempo después obtuvimos el divorcio y
celebramos una fiesta por todo lo alto, los dos, junto a
nuestros respectivos amigos. Hoy en día es una de mis
mejores amigas.
Entonces la separación de un matrimonio conllevaba una larga
serie de calumnias, crisis familiares, denigraciones,
difamaciones, falacias, falsedades, infamias, maledicencia,
reticencias y rumores sin cuento. Lo que uno tuvo que
soportar no es de recibo.
Hoy en día, gracias a la Ley Ordóñez, divorciarse es cosa de
un suspiro y poco más. Separarse es otra cosa que bien
pudiera afectar a una de las partes; muy dolorosa resulta
una separación si uno de los componentes de la unión no lo
desea. Pero cuando hay mutuo acuerdo…
No me extraña en absoluto que en la familia real tenga que
pasar lo que pasa en una familia normal, familia de a pie, y
la separación de la hija mayor de Juan Carlos I y Sofía es
una cosa que se veía venir desde lejos.
Conozco personalmente a la Infanta Elena merced a nuestros
trabajos conjuntos en el Comité Paralímpico Español al que
yo pertenecía como miembro y la Infanta era la presidenta
(1994-1997), ignoro si hoy en día lo sigue presidiendo
porque perdí contacto una vez cumplido mi objetivo. La
Infanta Elena, durante mucho tiempo fue la segunda en la
línea sucesoria de la Corona española, ha tenido un
comportamiento público correcto y discreto que debe ser
valorado en este momento difícil en lo personal para ella y
para su marido. La prensa basura, amarilla, van a poner a
prueba el carácter de la Infanta y de su marido.
Lo siento por Juan Carlos I, que lleva unos días de
auténtico rifi-rafe mediático, porque la ruptura matrimonial
de su hija mayor representa una novedad en su familia que
hasta ahora aparecía ante los españoles como idílica. Desde
ayer (por el miércoles), la familia real española comparte
con otras célebres dinastías europeas las separaciones
matrimoniales.
La separación, que no tendrá efectos legales según el
comunicado real, llega en un momento en que el Rey y la
institución monárquica esta en boca de todos. Los episodios
de las caricaturas de “El Jueves”, las quemas de retratos
reales por grupos minoritarios radicales, las críticas de la
COPE, la visita a Ceuta y Melilla y el rifi-rafe entre el
Monarca y el presidente venezolano Hugo Chávez, en la Cumbre
Iberoamericana, han marcado unos momentos inesperadamente
difíciles para la Corona. A todo ello se une la crispación
que ha generado en ésta legislatura la oposición frontal del
PP y sus medios afines han terminado por tocar la figura del
Rey que se ha visto envuelto, indeseablemente, en la batalla
política.
A fin de cuentas, la familia Real está compuesta por seres
humanos, como Vds., como lo demuestra el pronto de nuestro
Rey ante el venezolano y ahora la crisis del matrimonio de
su hija. ¿Qué le vamos a hacer?, la vida sigue.
Como es de prever, los Ecos de Sociedad “amarillos” tienen
un filón para seguir ensuciando el cerebro de quienes
quieran atenderlos, sea leyendo la prensa o viendo la
pantalla pequeña, habrá quienes expresen su opinión de
manera tan falaz como artera y quienes digan conocer los
entresijos de la familia hasta el último detalle. Bueno será
que la Casa del Rey intervenga de manera drástica.
La alta valoración que tenemos los españoles de nuestra
familia Real implica que respetemos la decisión de la
Infanta y de Jaime Marichalar como un asunto de ámbito
privado. La decisión de no vivir juntos ya en el lujoso
ático del barrio de Salamanca de Madrid, que compró el
marido, sólo es un episodio más en la vida de ambos. Lo que
nos duele es que lo resuman en esa eufemística frase “cese
temporal de la convivencia” con el que pretenden dejar
abierta la puerta de una futura y eventual reconciliación.
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