Que los Ministerios de Fomento y
de Cultura, en lo que va de legislatura, hayan destinado
unos cuantos millones de euros para la recuperación del
patrimonio histórico, hay que reconocer que es una buena
noticia. Su conservación es, en sí mismo, un bien y un acto
de justicia, en cuanto que todos podemos disfrutar de la
belleza gestada en el tiempo, algo que a todos nos pertenece
y que debemos de dejar en heredad a las generaciones
venideras. Los frutos de la fuerza creativa del genio
humano, sin duda, son la nívea lección de un mensaje que, a
veces, trasciende la realidad y que, sin duda alguna, nos
puede acompañar a descubrir raíces y a describir
sentimientos.
Sería bueno, pues, que se incrementaran los fondos del 1%
cultural a favor de una hacienda fructífera y diversa. En
ocasiones, las propiedades son espacios y lugares
privilegiados, donde ha germinado la verdadera sabiduría que
narra la historia del ser humano, a través del esfuerzo de
cuantos han buscado la huella de la belleza en los bosques
de la creación y en la intimidad de sus silencios. Otras
veces, son museos en los que se transmiten mundos pasados,
espiritualidades o costumbres.
Se trata de vernos en esa memoria del pasado, reflexionarla
y proteger el caudal de abecedarios que nos irradian. Por
ello, pienso, que es preciso trabajar en esta línea de
recuperación de lo que es el capital de nuestra memoria
histórica antes de que sea demasiado tarde.
Junto a una mayor aportación económica de las instituciones
del Estado, creo que se debe activar el interés ciudadano
por salvaguardar el patrimonio histórico-artístico. La
ciudadanía, toda ella, ha de dar valor y vida al valor
histórico, cultural, estético, afectivo, religioso, que nos
entronca a nuestros antepasados.
Hay que hacer ver, e incluso mejor comprender, a los
visitantes que se acercan a la memoria histórica a través de
las artes, que lo que se les ofrece es parte de su misma
existencia, son vivencias de nuestros antecesores. Seguro
que cuando el individuo se ve inmerso en la propia cultura
le despertará también el deseo de amparar, sostener,
defender, doquier bien histórico-artístico de su entorno.
Seguir promoviendo la cultura de la tutela jurídica de dicho
patrimonio, trabajando con espíritu de colaboración tanto
instituciones como ciudadanos, es un signo de contribución a
que las páginas de la historia no se borren. El abandono es
un retroceso a nuestra cultura, o lo que es lo mismo, a
nuestra identidad. El pasado cultural, el patrimonio de la
energía del pensamiento y de las manos de generaciones
lúcidas animadas por el espíritu de sorprenderse y
sorprendernos, bajo el asombro de la hermosura, es el
fundamento de lo que somos. Desperdiciar estas lecciones de
gracia, sería mezquino por nuestra parte.
Por consiguiente, si toda inversión en cuidar el patrimonio
es una necesidad, no menos exigencia vinculante es la
implicación de la propia ciudadanía a lo que es el principal
testigo de nuestra contribución histórica a la civilización
universal.
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