En enero de 1647, en una carta
privada a su confidente, la monja sor María de Ágreda,
Felipe IV trataba de justificar por qué, después de la caída
de Olivares, había considerado necesario tomar otro valido:
“Habréis entendido de la prudencia y satisfacción con que el
rey don Felipe segundo, mi agüelo, gobernó esta Monarquía,
el cual en todos tiempos tuvo criados o ministros de quien
hizo más confianza, y de quien se valió más para todos los
negocios... Este modo de gobierno ha corrido en todas
cuantas Monarquías, así antiguas como modernas, ha habido en
todos tiempos, pues en ninguna ha dejado de haber un
ministro principal o criado confidente, de quien se valen
más sus dueños, porque ellos no pueden por sí solos obrar
todo lo necesario”.
La figura del valido es una institución política propia del
Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su
plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII.
Aunque no era un cargo con nombramiento formal, el de valido
era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones
temporales. Es importante la aclaración, porque las
cuestiones espirituales eran competencias del confesor real,
figura de importancia política nada desdeñable.
Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel
en la toma de decisiones políticas, más que un consejero,
pues en la práctica gobernaba en nombre del rey; siempre y
cuando éste no quisiera o pudiera gobernar, era
imprescindible la figura del valido. Los validos, favoritos,
privados o criados, terminaban todos, antes o después,
cayendo en desgracia. Es decir, perdían la confianza del Rey
y las pasaban canutas. Ejemplos hubo como los de Álvaro
de Luna, Rodrigo Calderón y el Duque de Lerma.
Sin embargo, la figura del confesor real era menos propensa
a perder la enorme influencia que ejercía sobre el Monarca.
Porque trataba con éste otro tipo de asuntos, en particular
de nombramientos eclesiásticos. Y con la Iglesia ya
sabemos...
Pues bien, los validos, favoritos, privados, o lo que
fueren, perdieron su protagonismo con el reinado de los
Borbones, y, desde luego, con los actuales Reyes. Sin
embargo, con la llegada de la democracia fueron los
políticos quienes hicieron de los asesores una clase de
favoritos que, cambiando lo que haya que cambiar, son un
calco de aquellos otros cuyo poder exhibieron con plenitud
en el siglo XVII.
En Ceuta hay dos personas que andan enfrentadas a muerte. Y
es conveniente dar sus nombres para que el presidente de la
Ciudad impida que esas diferencias vayan a mayores y
terminen alterando el orden establecido. Francisco Paris
está considerado el valido por excelencia. Sus méritos habrá
hecho para que el presidente de la Ciudad, poco dado a
dejarse asesorar, lo tenga en tan alta consideración.
Mientras Emilio Cózar, cuyas miras no están puestas
aquí sino en el más allá, vive entregado a procurar por
todos los medios que Juan Vivas, que ya ha
conquistado el poder terrenal, gane también el del cielo. Y
si es posible que haga suyas las reglas del juego de
Josémaría. Lo cual, unido a que EC es considerado
maestro en protocolo y etiqueta, le ha proporcionado poder
de cura de misa y olla. Lo que no entiendo es por qué si el
valido no ha dicho nunca esta boca es mía, el otro, el
sacristán, lo denigra en los periódicos. He aquí una
injusticia en toda regla.
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