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OPINIÓN - MARTES, 13 DE NOVIEMBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Validos y confesores reales
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En enero de 1647, en una carta privada a su confidente, la monja sor María de Ágreda, Felipe IV trataba de justificar por qué, después de la caída de Olivares, había considerado necesario tomar otro valido:

“Habréis entendido de la prudencia y satisfacción con que el rey don Felipe segundo, mi agüelo, gobernó esta Monarquía, el cual en todos tiempos tuvo criados o ministros de quien hizo más confianza, y de quien se valió más para todos los negocios... Este modo de gobierno ha corrido en todas cuantas Monarquías, así antiguas como modernas, ha habido en todos tiempos, pues en ninguna ha dejado de haber un ministro principal o criado confidente, de quien se valen más sus dueños, porque ellos no pueden por sí solos obrar todo lo necesario”.

La figura del valido es una institución política propia del Antiguo Régimen en la Monarquía Hispánica, que alcanzó su plenitud bajo los llamados Austrias menores en el siglo XVII. Aunque no era un cargo con nombramiento formal, el de valido era el puesto de mayor confianza del monarca en cuestiones temporales. Es importante la aclaración, porque las cuestiones espirituales eran competencias del confesor real, figura de importancia política nada desdeñable.

Las funciones que ejercía un valido eran las de máximo nivel en la toma de decisiones políticas, más que un consejero, pues en la práctica gobernaba en nombre del rey; siempre y cuando éste no quisiera o pudiera gobernar, era imprescindible la figura del valido. Los validos, favoritos, privados o criados, terminaban todos, antes o después, cayendo en desgracia. Es decir, perdían la confianza del Rey y las pasaban canutas. Ejemplos hubo como los de Álvaro de Luna, Rodrigo Calderón y el Duque de Lerma.

Sin embargo, la figura del confesor real era menos propensa a perder la enorme influencia que ejercía sobre el Monarca. Porque trataba con éste otro tipo de asuntos, en particular de nombramientos eclesiásticos. Y con la Iglesia ya sabemos...

Pues bien, los validos, favoritos, privados, o lo que fueren, perdieron su protagonismo con el reinado de los Borbones, y, desde luego, con los actuales Reyes. Sin embargo, con la llegada de la democracia fueron los políticos quienes hicieron de los asesores una clase de favoritos que, cambiando lo que haya que cambiar, son un calco de aquellos otros cuyo poder exhibieron con plenitud en el siglo XVII.

En Ceuta hay dos personas que andan enfrentadas a muerte. Y es conveniente dar sus nombres para que el presidente de la Ciudad impida que esas diferencias vayan a mayores y terminen alterando el orden establecido. Francisco Paris está considerado el valido por excelencia. Sus méritos habrá hecho para que el presidente de la Ciudad, poco dado a dejarse asesorar, lo tenga en tan alta consideración. Mientras Emilio Cózar, cuyas miras no están puestas aquí sino en el más allá, vive entregado a procurar por todos los medios que Juan Vivas, que ya ha conquistado el poder terrenal, gane también el del cielo. Y si es posible que haga suyas las reglas del juego de Josémaría. Lo cual, unido a que EC es considerado maestro en protocolo y etiqueta, le ha proporcionado poder de cura de misa y olla. Lo que no entiendo es por qué si el valido no ha dicho nunca esta boca es mía, el otro, el sacristán, lo denigra en los periódicos. He aquí una injusticia en toda regla.
 

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