Recién llegado, de nuevo, a mi ciudad natal después de estar
unos días por varias ciudades de la península resolviendo
algunas gestiones particulares, me encuentro con que tengo
que acudir a una cita en un evento que por primera vez mis
ojos aprecian en toda su sencilla grandeza.
Bhârat, Bhârat Ganarâjya, en castellano India, República de
la India; es el segundo país más poblado del mundo, después
de China, y además es la democracia con mayor número de
habitantes del mundo (1.100 millones) y con más de cien
lenguas distintas. La principal religión que se practica es
el hinduismo (79,8%), la sigue el Islam (13,7%) aunque
también existen jainistas, sijs, zoroastrianos (parsis) y
budistas, así como judíos y cristianos.
Es un país donde los avances científicos y tecnológicos
poseen una tradición de mas de 5.000 años y cuya cultura
representa un muy diferente folklore a lo que tenemos
conocido en nuestros pagos. De esa cultura he tenido ocasión
de presenciar con mis propios ojos una de las expresiones
más sublimes de todos los tiempos: la danza.
Con motivo de la celebración del Diwali (La fiesta de las
luces. Conmemoración del retorno del señor Rama a su reino
de Ayodhya) de la Comunidad Hindú de Ceuta, fui invitado por
la familia Vashdeu Lalwani al evento que dicha comunidad
celebró en el Parador Nacional Hotel La Muralla. Me
encontré, a decir verdad, como niño con zapatos nuevos. La
muy agradable compañía de los miembros de esta familia me
deja muy buen sabor de boca, sobre todo por la información
que de vez en cuanto me daban Sony y Shanker Vashdeu,
también por Laju y su marido Ramón Aneiros que acudieron con
su hijo Ramón Roberto. Un mundo distinto pero sin embargo
entrañable. Sinceramente, yo nunca he dejado de tener
contacto con los miembros de esta comunidad… abro un
paréntesis, quién dijo o escribió que la comunidad hindú es
un mundo cerrado debe haber perdido no uno sino cuarenta
tornillos de su chaveta. Es una comunidad abierta,
fraternal, de trato tan humano que difícilmente se podría
comparar. Cierro el paréntesis. Nunca he dejado de tener
contacto, repito, porque desde niño he estado con hindúes…
desde las clases que recibía en la academia de Ntra. Sra.
del Valle donde nos impartía clases don Antonio, no recuerdo
el apellido, hindú de los de raza y tesón, hasta mis propios
compañeros: los hermanos Kimatrai, con quienes pasaba horas
y horas en las clases de don Manuel, don Antonio, don Ángel
y la del cura don Francisco. Sin olvidar a la familia hindú
que por entonces (escribo de los años 50 y 60) residía
enfrente de la misma academia y que cotidianamente veíamos
asomar en el balcón a través de las ventanas de nuestra
clase. Estaba en la calle Sargento Mena.
Sin embargo, pese a mi relación con la comunidad hindú desde
mi infancia y juventud, confieso que no ignoraba todo lo
referente a sus costumbres y usos. Por ello no me extrañó
que hoy en día no haya cambiado ni un ápice esas costumbres
y usos, aunque amoldándolas a los nuevos tiempos que
vivimos.
En la celebración del que muchas veces mencionan como Año
Nuevo hindú, pero que en realidad no lo es porque los
hindúes celebran el Año Nuevo en el mes de Phalguna (más o
menos febrero o marzo) saludé al presidente de la Comunidad,
a muchos asistentes y así mismo abracé al presidente de la
Ciudad, Juan Vivas, que acudió con casi toda la plana mayor
del Gobierno de la Ciudad, a Paco Sánchez París y a José
Antonio Rodríguez; también saludé efusivamente a Clemente
Cerdeira, que acudía, supongo, en representación de la
Delegación del Gobierno. Por pura casualidad me encontré con
Santiago Ramos, “Paulino” el actor de moda hoy en Ceuta por
lo de la Memoria Histórica, al que conozco de mis
relaciones, en Madrid, con el mundo del cine y del teatro y
al que saludé como corresponde.
Lo que me encandiló de verdad fue la danza. Utilizando el
cuerpo como un medio de comunicación. La expresión que
imprimió la bailarina hindú, llegada expresamente para la
ocasión desde Noruega, es quizás la forma de arte más
complicada y desarrollada. Sus movimientos imprimieron la
oración cantada y bailada (ballan) a Rama de una manera que
los ojos de un profano traduciría en un canto al amor y a
los sentimientos. De hecho, en la India es una manera de
enamorar a los esposos.
El siguiente número de la espléndida bailarina ya entraba en
el clásico hindú (khatak) que yo, personalmente, confundo
con un canto a la vida y a la alegría. En resumen, que toda
la fiesta desarrollada en el Parador resultó ser una especie
de película en la que venían explayadas desde leyendas que
buscan representar los valores y principios humanos
permanentes, con una textura social de diferentes épocas y
sobre todo el recuerdo de la Edad de Oro de la India marcada
por una vida lujosa y de esplendor. Rama, séptima
encarnación de Vishnu, puede sentirse orgulloso de ésta
comunidad ceutí que, por tanto, debería prolongar el
Ramayana con más proezas de toda la epopeya de un pueblo
arraigado en una ciudad española que abraza su cultura y su
religión con la deferencia de que todos somos iguales.
La fiesta se prolongó hasta altas horas de la madrugada,
después de una opípara cena en buffet libre, aderezada con
barra libre y música de discoteca, muy alejada del tema
principal del Ramayana, la eterna lucha del bien y el mal,
la luz y la oscuridad. Ayer, por el sábado, todo fueron
luces.
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