Desde los más remotos tiempos, se
ha dicho que el pan encarna todo lo que el ser humano
precisa para el diario de su vida, mientras que el agua es
el germen que hace posible la existencia, bajo el festín del
vino que nos alegra el corazón. Nos lo recuerda el
refranero: con pan y vino se anda el camino. Convertido el
vino, pues, en la exquisitez gozosa de la creación, es
natural que el paladar del arte y de la literatura lo eleve
a las alturas del amor. Y como en todas las pasiones, se
requiere para que las cumbres no se tornen borrascosas,
hacerlo en distanciados sorbos y en pequeñas dosis para
disfrutar más, siendo uno mismo, de la optimista fiesta de
los sentidos. Un proverbio japonés, pone la tilde en la
actitud a tomar: “con la primera copa el hombre bebe vino;
con la segunda el vino bebe vino, y con la tercera, el vino
bebe al hombre”.
El vino siembra poesía en los corazones. El vino en verso y
el verso en vino, ayuda a romper murallas. Celebrarlo es lo
propio. Esto viene a cuento, porque estamos conmemorando el
setenta y cinco aniversario de las Denominaciones de Origen
de nuestros ricos caldos, que por entonces era veintiuna,
así como ocho Estaciones Enológicas, y que actualmente son
ciento treinta y uno, correspondiendo dieciséis a bebidas
espirituosas con Denominación Geográfica, cuarenta y dos a
Vinos de la Tierra, y setenta y tres a vinos de calidad
producidos en región determinada.
El arte y la literatura en el vino han ido creciendo como
también nuestra posición privilegiada, ya que somos líderes
en superficie vitivinícola, según el Informe de la
Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), del
pasado marzo. Además somos el tercer exportador de vino del
mundo, con unos catorce millones de hectolitros. Este
volumen representa un diecisiete por ciento del total en el
mundo, por detrás de Italia y de Francia. Ya en su época el
ilustre Quevedo, hizo la mejor publicidad cuando escribió:
“(...), para conservar la salud y cobrarla si se pierde,
conviene alargar en todo y en todas maneras el uso del beber
vino, por ser, con moderación, el mejor vehículo del
alimento y la más eficaz medicina (...)” De igual modo, en
la Antigua Alianza, tanto el pan como el vino eran ofrecidos
como sacrificio entre las primicias de la tierra en señal de
reconocimiento al Creador. Hoy, al igual que los artistas y
literatos clásicos también se vive una relación peculiar con
la belleza, y, con el mismo don del talento artístico,
surgen alrededor de las vides de la vida, que son las del
vino, horizontes que plasman amistades y abecedarios que
despiertan el amor.
Allá por los años en los que la poesía gobernaba sobre la
prosa, un tal Hipócrates insistía en el buen tono y mejor
timbre que se conseguía llevándose a los labios con mesura
un trago de este manjar de los dioses. Así lo convidaba al
gentío: “El vino es una cosa maravillosamente apropiada para
el hombre si, en tanto en la salud como en la enfermedad, se
administra con tino y justa medida”. Al respecto tenemos que
decir que, en cuanto al consumo actual y según datos del
panel de Consumo Alimentario del MAPA, la propia Ministra
del ramo Elena Espinosa, ha señalado que si bien se ha
producido un descenso del consumo del vino en España, no ha
ocurrido lo mismo con los vinos de calidad, que ha crecido
de manera continua en los últimos veinte años. Y es que un
vino bien cuidado y mejor servido, ingerido en el momento
oportuno, aparte de sentar bien, fomenta el diálogo, es
cultura y diversidad, da brillantez a las campiñas, -como
dijo Ortega y Gasset-, exalta los corazones, enciende las
pupilas y enseña a los pies la danza.
Pienso que el gobierno español hace bien en diseñar la
denominada “Estrategia 2010”, para situar a España como
líder del sector del vino a nivel mundial. Cuando menos, a
mi juicio, es un peldaño más para la acción de todos los
agentes que operan en el sector para ser competitivos y así
vender más y mejor. Que no se quede sólo en deseos y
palabras. De todas maneras, un buen vino siempre vende, es
como una buena película –diría Fellini-: “dura un instante y
te deja en la boca un sabor a gloria; es nuevo en cada sorbo
y, como ocurre con las películas, nace y renace en cada
saboreador”.
En la oda al vino de Pablo Neruda (“El vino mueve la
primavera, / crece como una planta la alegría. Caen muros,
peñascos, / se cierran los abismos, / nace el canto.”), se
describen todos los encantos al servicio del ser humano, el
único ser que se refresca sin tener calor y que consume sin
tener sed ni hambre. Algunos como Federico han soñado ser
todo de vino para beberse asimismo. En todo caso, los signos
del pan y del vino siguen significando también la bondad de
la creación, frente a otras producciones avinagradas como la
autosuficiencia, a sabiendas que la humanidad humilde y
tolerante es la única inversión que nunca quiebra.
Pitágoras de Samos nos extendió la receta de un justo beber
y de un justo vivir: “Si quieres vivir mucho, guarda un poco
de vino rancio y un amigo viejo.” Que se rememore, pues, el
aniversario de las Denominaciones de Origen de nuestros
vinos; es decir, los nombres geográficos conocidos en el
mercado nacional o extranjero, y que sean empleados para la
designación de vinos típicos que respondan a unas
características especiales de producción y a unos
procedimientos de elaboración y crianza utilizados en la
comarca o región de la que toman el nombre geográfico, y
teniendo presente que lo mejor es salir de la vida como de
una fiesta, ni sediento ni bebido, me parece un acto de
justicia a quien es In vino veritas (el vino, de la verdad
es amigo). Al pan, pan; y al vino, vino –que se dice.
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