Paseando por la calle principal de
una Ceuta que está de moda en toda la España peninsular,
charlando animadamente con un militante destacado del
Partido Popular, nos topamos con Eloy Verdugo,
sindicalista muy conocido, y que defiende la causa de los
trabajadores de Radiotelevisión Ceuta.
De pronto, sin cruzar siquiera los clásicos intercambios de
cortesía, mi acompañante le echó en cara su forma de
proceder al veterano sindicalista. Y éste, sin dudarlo lo
más mínimo, se volvió iracundo para reprocharle ciertos
chanchullos cometidos por los suyos a la hora de colocar a
gente del partido en la empresa que dirige Manuel
González Bolorino.
Por lo que pude oír, cierto es que deprisa y corriendo,
tales chanchullos de los gobernantes son los que hacen
posible que el director general se esté arrogando un poder
absoluto, sin limitación o control. Entre otras razones,
todo hay que decirlo, porque Jaime Wahnon, presidente de la
cosa, es persona de poco carácter y está sometido a la
voluntad de otras directrices.
Por lo tanto, el director general, Manuel González Bolorino,
que está enterado de cuantas decisiones toman ciertos
políticos con aire de legalidad, pero cuya falta de limpieza
hacen que hieda hasta en los chirlos mirlos, se permite el
lujo de imponer su proceder dictatorial y hasta lo hace
disfrutando de un placer que lo mantiene siempre en estado
de buena esperanza.
Una postura dictatorial sufrida por una plantilla que se ha
cansado ya de aguantar la tiranía de quien se ha creído que
el conocer las miserias de los políticos le concede el
derecho de obrar acorde a sus caprichos, a sus intereses, y
sobre todo a demostrar que es la persona que cuenta con más
poder en la ciudad.
No cabe la menor duda de que el director general de
Radiotelevisión Ceuta, dado los años que lleva metido en el
negocio del medio audiovisual, sabe mucho del tema. Hasta el
punto de que ha conseguido el más difícil todavía: ser
director general de una televisión y radio publicas, y
encima estar al frente de una emisora privada que le vende
programas a la dirigida por él con aires castristas.
Lo que está ocurriendo en la televisión y radio públicas, se
veía venir; todo dependía de que muchos empleados perdiesen
el miedo que les atenazaba a la hora de enfrentarse a los
caprichos de quien, además de conocer el medio, es también
el rey de los líos. Un personaje a quien le agradan
sobremanera los enfrentamientos, con ánimo de perjudicar a
los más débiles, para luego salir aireando que a él nadie le
echa un pulso porque acaba perdiendo siempre. Aunque para
ganar sea capaz de recurrir a toda suerte de artimañas
encaminadas a quienes estén dispuestos a tolerarlas por
conveniencias propias. Conveniencias, a veces, debidas al
temor de verse sambenitado en plaza pública.
No es el caso, por supuesto, de quien escribe. Que a medida
que ha ido pasando el tiempo se ha dado cuenta de que la
maldad, por sistema, hay que combatirla. Máxime cuando quien
la practica no descansa. Ahora bien, a los empleados de la
Radiotelevisión pública, es decir, a muchos de los que ahora
gritan su indefensión ante el proceder del que consideran un
dictador, tampoco les vendría mal echar la mirada hacia
atrás y reconocer que son ellos, muchos de ellos, quienes
han hecho posible su existencia.
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