Diez días después de que estallara
la polémica en Marruecos con el anuncio de la visita a Ceuta
y Melilla, los pasados lunes y martes, de Sus Majestades Don
Juan Carlos y Doña Sofía, el presidente del Gobierno, José
Luis Rodríguez Zapatero, se pronunció ayer por fin
públicamente sobre el asunto para dejar absolutamente claro
al país vecino que sus insinuaciones sobre los perjuicios
que podría causar a España un empeoramiento de sus
relaciones bilaterales no le harán variar un ápice su
posición sobre Ceuta y Melilla. En realidad las
declaraciones no tienen un extraordinario valor en sí mismas
porque el presidente no podía decir otra cosa, pero ceutíes
y melillenses esperaban desde hace días que, una vez que ya
se habían pronunciado sobre la cuestión todos los líderes
políticos nacionales y buena parte de su Gobierno el líder
del Ejecutivo de la nación también hiciese una declaración
clara y contundente sobre el tema como la que ayer realizó
en Santiago de Chile. La intervención de Zapatero tuvo,
además, las virtudes que no consiguió reunir la precedente
de su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos,
a quien el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Melilla
reprochó inmediatamente su escasa contundencia. Ayer el
presidente del Gobierno fue todo lo claro y conciso que
podía ser en los términos diplomáticos en los que él, máxime
después de reprocharle al presidente de Venezuela habérselos
saltado, debe moverse. Zapatero reiteró a Marruecos que no
piensa hablar “de nada” relacionado con la españolidad de
Ceuta y Melilla con Rabat y su palabra tiene el crédito
añadido de que, en una televisión árabe por satélite, el
primer ministro marroquí ratificó su contenido básico:
“España no tiene ningún interés en abrir este asunto”,
asumió El Fassi, que debería darse por enterado de una vez
de cuál es la posición española al respecto y de que ésta no
variará, máxime si persiste el buen ejemplo de unidad, caso
raro, que han dado hasta ahora todos los partidos políticos
españoles sobre este tema.
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