Estoy, ahora mismo en el momento que redacto estas líneas,
en Barcelona por unas gestiones personales y he aprovechado
el tiempo que me ha sobrado para acercarme al club donde
acostumbro a desarrollar tertulias y debates. El tiempo
aquí, en Catalunya, es formidable: mucho sol y nada de frío.
En el club he encontrado a antiguos compañeros del deporte y
de la empresa municipal, así como a algún que otro político
que parece como perdido. Hemos estado debatiendo acerca de
la visita de los Reyes de España a Ceuta y Melilla con
diversidad de opiniones. Los republicanos prefieren
mantenerse al margen, ignoro el porqué ya que no me lo
quieren decir; los socialistas, algunos con cargos
importantes, aseguran que los moros -que nadie se ofenda por
esta definición de gentilicio. Como es un adjetivo
contemplado en la Real Academia, su uso es legal y nada
ofensivo ¿de acuerdo?- deberían aceptar el echo inalienable
de la existencia de estas dos ciudades españolas en el
continente africano. No necesito exponer, por repetitivas,
las razones sobre ello. De los admiradores del PP, ni uno
asoma la jeta.
El problema radica en la configuración de la política
internacional respecto a Marruecos. Si por una parte la UE
concede ingentes ayudas al país magrebí sin nada a cambio es
mala política económica; pero como no sería así, las
contrapartidas vendrían compensadas por el lado de la
seguridad contra el terrorismo. Ello sería debido a que el
país es fácilmente influenciable por el fundamentalismo
islámico y conviene curarse en salud. El apoyo de los EE.UU
y Francia tienen el mismo camino, aunque resulta chocante
que siendo Francia un país pionero de la UE realice
negociaciones y acuerdos a espalda de la institución
europea. Con ello perjudica al resto de países miembros,
sobretodo a España, con su política de lameculos por oscuras
razones.
Comentamos las noticias de la prensa y de las agencias.
Entre ellas destaca la que se refiere a que varias
instancias condenan la visita de Juan Carlos. El parlamento
árabe transitorio (¿?) ha denunciado que la visita del
soberano español a los “enclaves marroquíes expoliados” es
provocadora de los sentimientos del pueblo marroquí en
particular y de los árabes en general. Esto confirma que la
política de los moros está encaminada a utilizar la fuerza
de la religión, por encima de otras cuestiones, para aunar
los esfuerzos sobre sus reivindicaciones.
Entre esas instituciones destaca la Unión de Abogados
Árabes, desde El Cairo; la Agrupación Nacional para la
reforma y el Desarrollo de Mauritania; El diario libio “Achams”,
cuyo redactor jefe indica que “Sebta y Melilla son tierras
árabes y su ocupación ha durado demasiado. La ocupación no
da ninguna legitimidad y no esconde las realidades
geográficas…”
Bueno, son opiniones encontradas que salen después de la
declaración institucional de Mohamed VI. Lo malo es que son
utilizadas, al del monarca alauí con más fuerza, para
convocar manifestaciones en diferentes ciudades del país
magrebí de del extranjero para protestar por la visita.
No quiero pecar de presuntuoso, simplemente expongo mi
opinión, pero si fuera el mandamás del país no iniciaría, ni
ordenaría ningún tipo de negociación sobre las dos ciudades
porque no hay nada, absolutamente nada, que negociar.
Aceptaría las protestas por cortesía pero no le daría más
importancia que a una pataleta fuera de tiempo. Aunque no
perdería de vista las reacciones “oficiales” de la
institución monárquica.
Si Marruecos acepta que su Grandes Amigos –léase los EE.UU y
Francia- “ocupen” territorios lejos de la realidad
geográfica de ambas potencias, no tiene porqué exigir ahora
eso de que es tierra árabe. Sencillamente porque es tierra
africana y que se sepa los árabes no dominan todo el
continente, aunque vayan camino de dominarlo por la fuerza
de las armas.
Si tenemos abierta la mano a la recepción de esas protestas
y condescendemos en concederles lo que piden… a un paso
estaremos de que en El Andalus ondee la bandera roja de la
entrelazada estrella verde de cinco puntas y Mohamed VI
tenga su Salón del Trono en la Sala de la Barca de la
Alhambra granadina, en recuerdo a las innumerables pateras y
cayucos que invadieron España.
|