Mientras en el vecino Marruecos se
siguen agitando las aguas tras la estela dejada por el
reciente viaje de Don Juan Carlos y Doña Sofía a esta
entrañable parte de España, anclada en tierra africana, el
“caballismo” ceutí sigue dándose golpes de pecho y jugando,
en su tradicional miopía, a galgos o podencos. Apariencias a
un lado y dejando vanos triunfalismos en la cuneta, he de
advertir que, a mi juicio, institucionalmente la Ciudad no
ha estado a la altura, derrochando una oportunidad de oro.
“Mucho te quiero perrito, pero pan poquito”, decía en
ciertas ocasiones mi entrañable María de las Mercedes y
viene esto a cuento de que, precisamente ahora, es el
momento (quizás la última oportunidad) de dar un paso al
frente en dos direcciones: primero, integrando como
españoles de hecho a nuestros moros, españoles de derecho en
su mayoría pero que no acaban de ver claro su porvenir y el
de sus hijos: si les exigimos y presumimos en ocasiones de
su “españolidad”, al estilo de la “mujer florero” ,
tratémosles como tales; y segundo, asúmase de una vez el
carácter aconfesional del Estado español en las formas y en
los gestos, retirándose -antes de que sea demasiado tarde-
todo tipo de simbología religiosa (“cristiana”, para más
señas), absolutamente respetable en lo personal, de
edificios y dependencias públicas.
Eso sí, la “sama” pescada en aguas marroquíes procedente de
Agadir, traída hasta la frontera de El Tarajal por un
mayorista de Tetuán (“chukram barakalofi, jai”) y pasada de
aquella manera -como todo- con el fin de ser degustada por
los Reyes de España y sus invitados, estaba dicen para
chuparse los dedos. ¡Para que luego el Reino de Marruecos
proteste!. Yo creo que ha sido un bonito y significativo
gesto de esta ciudad española a la altura del histórico
momento: “Consuma productos marroquíes”, ¡qué carallo!.
Entrando ya a comentar la iniciativa de Juan Luis Aróstegui
para rotular una calle con el nombre del presidente José
Luis Rodríguez Zapatero, estoy totalmente de acuerdo con
ello discrepando de ciertas connotaciones negativas,
“Propuesta tramposa” para más señas con la que nos ilustraba
mi buen amigo y compañero en estas lides, Manuel de la
Torre, en su columna de ayer en “El Pueblo”. Más aun: ¿por
qué no una calle o plaza para cada uno de los presidentes de
España?. Lejos y a la vez cerca de la Península, tal
iniciativa podría ser una más de las señas de identidad de
esta Ciudad, vinculándola con el resto de España: un gesto y
un símbolo. Una calle pues para Rodríguez Zapatero (se lo
merece, así como un telegrama de agradecimiento oficial por
parte de Vivas), para José Mª Aznar (por supuesto, al quite:
al alba y con viento de Levante), Felipe González (artífice
de la teoría del “colchón de intereses” y del Tratado de
Amistad con Marruecos), Leopoldo Calvo Sotelo (el hombre no
tuvo tiempo para nada, pero ahí estuvo, al frente del timón
de la nave del Gobierno) y, por supuesto, Adolfo Suárez,
primer Presidente de nuestra democracia que tuvo el coraje,
tanto de enfrentarse a las “gracias” de Hassán II en el
mallorquín Palacio de Marivent como de viajar a Ceuta y
Melilla en septiembre de 1.980.
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