Andrés Hernández, trotamundo y “bohemio”, ceutí, amante de
Andalucía, “cabezota” -perseverante, más bien-, cantaor
retirado, “fumo dos paquetes de Marlboro al día y a veces me
pongo tierno. En el escenario hay que tener un respeto y yo
tengo mucho sentido del ridículo”. Su mujer, Mari, tenaz,
ordenada, humilde, sincera, regidora y amante de su casa. Su
casa, una ventana abierta a la vista, al horizonte de la
Península y a los montes que flanquean Ceuta. Ceuta, una
siembra de andaluces exiliados, los primos-hermanos de
Andalucía. Andalucía, la vida para ambos. Ambos, flamencos,
guitarra, copla: una historia común.
En la atalaya de la Casa Regional de Andalucía gobiernan las
banderas de España, Ceuta y Andalucía sobre las traviesas
que Andrés se encargó de agenciarse para levantar su casa
sobre un techo “volao”, un solar en ruina, hace unos años.
En el interior de su casa, un salón andaluz, de los pies a
la cabeza, manda sobre el resto. Al menos diez mesas
rodeadas de sillas color aceituna completan el espacio. Al
fondo, una barra de bar se destina a cubrir las fiestas, las
alegrías flamencas que se celebran continuamente en una casa
de júbilo que únicamente teme a la muerte. Frente a todo
ello, el escenario.
Son las cinco y la tarde riega el tablao con tirabuzones de
luz. El escenario está constituido por un par de sillas,
otros tantos micrófonos y una guitarra abandonada, “en Ceuta
apenas hay guitarristas, pero cruzas el Estrecho, vas a
Algeciras, das una patada y salen 40”, dice Andrés. Como
telón de fondo cuelga un paño burdeos del que pende un
manton de manila del color del lirio. Un jarrón floreado
concluye la ornamentación. A las 17:15 Andrés aparece en su
casa, con una melena blanca que le empieza a ralear y que
duerme sobre sus hombros. Una melena que ha cantado en
Alemania durante 13 años, que se ha ganado la vida allí,
“con mi fútbol, mi cante y mi trabajo. Nada de cabarets, ni
de tías, ni de escaparates con mujeres en cuero. Allí, me
liaba con la colonia española, porque yo ni sabía alemán ni
nada. Aquello estaba todo lleno de gaditanos, onubenses y
sevillanos. Había más grupos flamencos que aquí”. Él se mece
constantemente su melena solaz y aventurera, se la atusa, es
una compañera. “Sólo me la cortaron en Camposoto (San
Fernando), en la mili. ¿Yo?, la melena siempre”.
Para un periodista resulta un privilegio encontrarse con un
entrevistado tan abundante de historias, palabras y
críticas. Suele suceder con personas limpias, que no poseen
ninguna pantalla de contención bajo la que quieran guardar
alguna injuria o pecado vergonzoso del que se arrepienten
cuando purgan sus errores. “En 57 años jamás he estado en la
cárcel. Lo único que he tenido en el juzgado son peleas,
pero de hombre a hombre, no de arma blanca. A mí sólo me
toca mi padre”.
Ceuta fue antaño un músculo más de Andalucía. “Aquí, la
gente que vive tiene mucho que ver con Andalucía. O son
andaluces, o descendientes de andaluces en su mayoría. Hay
cerca de 10.000 andaluces censados en Ceuta, más los que no
se han empadronado”, comenta. Sin embargo, la Casa Regional
da la sensación de estar deshabitada. Pasadas las seis de la
tarde aparece Yolanda Heredia, una de las cantaoras que hoy
participará en el festival que se celebra en el Palacio
autonómico a las 20:30. “Tenemos que grabar el espectáculo
para enviarlo a la Junta y conseguir subvenciones para
fomentar el flamenco en la ciudad. Hasta el momento, se ha
portado mejor la Ciudad que la Junta”. El desarrollo de la
Casa andaluza va con “lentitud”. “Ves a los gallegos con
tantos socios y sientes envidia sana”. En su institución
sólo son 30 socios, a razón de seis euros cada uno. “Con
todos los andaluces que somos, yo no veo actitud para que
esto marche adelante. Pero yo, cuanto más dificultades veo,
más me crezco. A mí se me mete algo en la cabeza y lo hago.
Algunos me dicen que esto se me queda grande y yo les digo,
¿a mí esto grande por qué?”, explica Andrés. Pero es que
“estoy enamorado de Andalucía. Si pudiera vivir allí no lo
pensaba dos veces, me iba”.
Sin embargo, en San Antonio hay un pedazo de Andalucía, una
casa hecha con “el dinero de vender otra casa”. “La construí
yo solo. Mi mujer y mis hijos vivían en Fuengirola. Con un
furgón que tenía me fui a recoger restos de obra: de
ferralla, de bloques. Estos palos que ves ahí son traviesas
de tren. Los quitaron de la Plaza de Mina para poner unos
bancos de marmol”. Aparte, “aprovechando el tirón, me he
hecho mi casa arriba. Y con unos tubos de goma, que recogí
de un vertedero, reforcé las columnas que sostienen el piso
de arriba”, narra.
Andrés ha paseado por escenarios televisivos cuando su hija
Paula era pequeña, “pero ahora está muy floja, aunque tiene
material, y no lo digo por pasión de padre”. Andalucía tiene
un privilegio que desconoce en Ceuta, desde mayo de este
año, cuando se fundó la Casa. “Yo al que diga que no hay
trabajo le digo que es mentira. A mí me sueltan en Etiopía y
monto una máquina de palomitas. Pero todo honradamente. Me
considero un valiente”.
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