El lunes, cuando en el centro de
la ciudad había un gran gentío de ciudadanos dispuestos a
vitorear a los Reyes, alguien se acercó a mí, que estaba en
sitio alejado del tumulto, para hablarme de fútbol. Comenzó
a preguntarme por la forma de actuar del entrenador del
Madrid cada vez que debe enfrentarse a los periodistas, tras
finalizar los partidos.
Respondí de la misma manera que lo hacía hace veintitantos
años: las conferencias de prensa de los entrenadores, apenas
terminados los encuentros, deberían estar prohibidas. Esas
citas con la prensa suelen ser un calvario para muchos
técnicos, aunque el resultado les haya favorecido. Es un
diálogo para besugos; una representación en la que si el
entrenador no aporta habilidad e inteligencia, termina
dándole carácter de esperpento al acontecimiento deportivo.
Mi interlocutor puso cara de perplejidad, como si mi
contestación fuera una extravagancia más de las que suelo
echar mano cuando me da por opinar de fútbol, según dicen
los que no están de acuerdo con mis comentarios. Y eso, la
verdad por delante, que no suelo prodigarme en semejante
menester. Porque hablar de fútbol, aunque no lo crean, me
produce cierto hastío. Sobre todo en un momento donde los
comentaristas mienten más que hablan, por necesidades
comerciales, y también porque muchos otros, que son mayoría,
no entienden ni papa de lo que chamullan.
-Es decir, que Schuster, según tú, lleva razón cuando
dice que los periodistas escriben y hablan de fútbol sin
tener el menor conocimiento.
Sí: estoy de acuerdo con él. Ahora bien, esa misma máxima la
debió mantener mientras entrenaba a equipos menores y, desde
luego, cuando se servía de los medios para atentar contra el
trabajo que realizaba Fabio Cappelo.
El aficionado al fútbol, que se da aires de profesional de
la cosa, cambió de nombre pero no de tema, y quiso
sonsacarme acerca de lo que yo pienso del entrenador de la
Asociación Deportiva Ceuta. Incluso estaba interesado en
conocer si Diego Quintero había gozado de alguna
recomendación mía para ser contratado por el primer equipo
de la ciudad
En principio, debo decirte que en esta ciudad basta que yo
recomiende a una persona, en cualquier actividad, para que
sea la última en poder acceder al puesto codiciado. Los
pasos que di a favor de DQ fueron los justos para no
perjudicarlo. Pero ese asunto no es de buen gusto airearlo
porque sí. En lo tocante a su capacidad como entrenador,
sigo pensando que ha tenido la oportunidad de aprender el
oficio perfectamente. Lo cual no le exime de cometer
errores. Lo que sí me causaría pena es que sea capaz, por
sus enormes deseos de salir adelante como técnico principal,
de equivocarse con yerros ajenos.
-Vaya, tú siempre atento a anticiparte. Puesto que mi
intención era ponerte al tanto de que hay alguien que está
jugando con Diego Quintero. Por delante le dice una cosa y
por detrás no cesa de ponerle a los pies de los caballos.
¡Alto!... No se te ocurra contarme intrigas de poca monta,
propiciadas por pelagatos que juegan con las cartas
marcadas. Entre otras razones, porque yo no suelo acudir al
Murube para evitar, precisamente, el tener que opinar de un
equipo donde el secretario técnico gana una pasta
desorbitada. Todo un lujo.
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