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ACTUALIDAD - MARTES, 6 DE NOVIEMBRE DE 2007


llegada de los reyes a la ciudad. reduan

VISITA OFICIAL DE LOS REYES DE ESPAÑA
 

Los Reyes vinieron a
Ceuta, vieron y vencieron

Los ciudadanos ceutíes
amanecieron en una jornada inolvidable con la ilusión mitómana de intuir,  al menos, la presencia Real entre la multitud que colapsó la Gran Vía y la plaza de África
 

CEUTA
Rober Gómez

local
@elpueblodeceuta.com

Vini, vidi, vinci se dice que pronunció Julio César cuando llegó a Britania –Gran Bretaña– en el año 55 a.C.. Desde entonces, Ceuta ha sido visigoda, califal, portuguesa y española; entonces, ha llovido muchísimo, mucho menos, es muy cierto, que el tiempo que llevaban Sus Majestades los Reyes de España, Don Juan Carlos I y Doña Sofía, sin pisar suelo ceutí: 32 años, que es, de cualquier forma, mucho tiempo. “Tenía un compromiso pendiente con Ceuta”, afirmó solemnemente el Monarca en su discurso en el interior del Palacio Autonómico. Necesitaba S.M. el Rey de España una acogida como ésta en un momento en el que minorías independentistas y grupos republicanos ponen en cuestión su mandato con la quema de retratos y obviando su papel durante la transición, que le legitima a los ojos de la mayoría. Sin duda, los pronósticos se cumplieron en la ciudad autónoma: vinieron, vieron y vencieron, porque su visita era una conquista anticipada de una plaza con un sentimiento españolista sin igual en el país. Su visita, por otro lado, mengua un poco más el Estrecho y separa otro tanto al país vecino y sus ambiciones, un Marruecos cabreado con el que habrá que limar asperezas, pero esa es otra historia. España fue ayer la palabra clave. Nadie se hartó a oírla.

“Hoy va a ser un día grande”, se dijeron decenas de miles de ceutíes al sacar el pie de la cama –el derecho o el izquierdo, ayer daba igual, venían los Reyes–. El ambiente festivo se respiraba desde muy pronto en una ciudad que normalmente vive sin prisa, pero ayer, ansiosa como un niño en la noche de Reyes.

Antes de que el reloj diera las nueve de la mañana la gente defendía ya los mejores puestos en el vallado de la plaza de África, por donde Don Juan Carlos I y Doña Sofía harían su paseo a pie más de tres horas después de aquel momento. ¡Buf, cuánto tiempo por delante bajo el sol!

De la redacción al Palacio Autonómico, en busca de las acreditaciones reales, uno comprobaba lo bien que se había engalonado todo el recorrido desde el ahora Parque Urbano Juan Carlos I a la plaza de África, en el que todavía no se podía aspirar a intuir la locura colectiva que iban a desatar SS.MM. los Reyes. Los barrenderos se afanaban en recoger el último papel arrojado al suelo, se podía barruntar el olor a acrílico de la señalización horizontal pintada la noche anterior y los kilómetros de bandera rojigualda daban el aspecto de un circuito de Fórmula Uno. Si existe una profesión tan especializada como la de vendedor de banderas españolas, sin duda que ayer hicieron su agosto en noviembre. Para un ceutí, el Día de la Hispanidad en el año 2007 será para siempre el 5 de noviembre, por mucho que un 12 de octubre de 1492 Colón pisara tierra americana; ayer fue el Rey quien pisó tierra de Ceuta 32 años después: una conquista de una demanda que peligraba a convertirse en ancestral.

Fue dejar pasar media hora, lo que se tarda en tomar un té con un colega de profesión en una cafetería de la Gran Vía, y comprobar que la mitosis es posible en seres humanos completos. Nuestros pases nos dieron el poder de pasear por dentro del vallado y hacernos sentir importantes, con una profunda perspectiva de banderas de todos los tamaños y sólo dos colores.

Apostados en una esquina estaban también los desgraciados moradores del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI), portando banderitas de España, asegurando su simpatía por el Rey y reclamando su libertad al canto del Give peace a chance de John Lennon. Se podría decir que en Ceuta todos quieren al Rey.

Mientras, el helicóptero de la Fuerza Aérea que transportaba a los Reyes se aproximaba a Ceuta. Sobre las doce menos cuarto de la mañana D. Juan Carlos pisaba, como Monarca, por primera vez tierra caballa. La cuenta pendiente comenzaba a saldarse.

En la plaza de África se coreaba “Ceuta, se siente; los Reyes están presentes”. En un BMW blindado se acercaban.

Un simple sonido de corneta desataba al gentío a gritar y agitar banderas con fruición, saltaban a través de su piel al más mínimo atisbo de realeza, en guardia como un gato nervioso, por lo que se pueden imaginar –o no– la reacción al llegar la comitiva real. Incluso se aplaudió a la gente del catering que, sonriéndose, entraron en el Palacio Autonómico aprovechando el minuto de gloria que Andy Warhol postulaba para todos los ciudadanos anónimos.

El vehículo Real atravesó la Gran Vía con un republicano como testigo lacónico y de excepción del baño monárquico que se daba Ceuta, gracias a los más de dos metros de altura que le daba su pedestal de granito: la estatua del alcalde bueno, Antonio López Sánchez-Prado, que parecía flotar en un mar de cabezas y banderas españolas.

La comitiva se detuvo frente a la Comandancia General, donde Juan Carlos y Sofía saludaron y pasaron revista a diversas representaciones del ejército, entre ellos, unidades de legionarios –uno de ellos portaba en su hombro a la mona Lucy–.

Las 21 salvas en honor a Sus Majestades se celebraron por las 25.000 almas –cifras oficiales de la Policía– a lo largo de toda la ciudad como 21 goles de la selección nacional a Malta.

Una vez concluido el aspecto militar –no hay que olvidar que el Rey es el Jefe de Estado–, Juan Carlos y Sofía demostraron por qué se les considera unos Monarcas cercanos: rodearon sin prisa la plaza de África, saludando y dando la mano a los ceutíes más fervorosos, los que se apostaban en las primeras filas, una recompensa ganada con mucho sudor, sin duda.

Posteriormente saludaron a una representación política de la ciudad, en el que el intercambio de palabras con Mohamed Ali hizo reir campechanamente al Rey; y entraron en el Palacio Autonómico, donde salieron al balcón acompañados por la ministra de Administraciones Públicas, Elena Salgado, y el presidente de la Ciudad, Juan Jesús Vivas, para saludar a las decenas de miles de ceutíes. “¡Ceuta con el Rey”, se gritaba desde abajo, donde una mujer anciana se arriesgaba a una lipotimia empachada de tanto calor humano. Fue evacuada sin mayores dificultades, pese a que todas las circunstancias apuntaban a lo contrario.

Pero a algunas otras también se les agrió la mañana. “Tanto tiempo esperando y no he visto nada”, decía una mujer de metro sesenta.

– ¡La de Rosa, la de Rosa es la Reina! –gritaba una señora a otra cuando los Monarcas salían del Palacio Autonómico, entre trajes oscuros, para recorrer a pie lo que les separaba del hotel La Muralla, donde comerían con una representación de la sociedad de Ceuta.

El éxtasis monárquico comenzó a diluirse como lo hacían los ríos de personas que desembocaban a uno y otro lado de la bahía ceutí. La ciudad ya no recuperaría un bullicio como el vivido, ni siquiera dos horas después, cuando Juan Carlos y Sofía volvieron a la luz del día para dirigirse a la Marina. La plaza no logró recuperar ya tal júbilo.

Mientras esperaba junto al helipuerto, donde el Rey debía descubrir una placa donde figuraba el nuevo nombre del Parque Urbano –¿Lo adivinan? Parque Urbano Juan Carlos I–, un reportero gráfico me comentaba que había tenido al Rey cara a cara.

– Le he tenido a la distancia en la que estamos hablando tú y yo ahora.

– ¿Le diste la mano? –le pregunté.

– No –respondió.

– ¿Por qué no?

– No me atreví –contestó– me impresionó.

Y a mí aquello me recordó la secuencia de Sin Perdón en la que Bob el inglés comentaba por qué era mejor un Rey que un presidente: “La majestuosidad de un Rey haría que su pulso tiemble. Cualquier asesino puede matar a un presidente, pero un Rey... ¡oh!, ¡un Rey es otra cosa!”.

Las banderas de España empuñadas por persistentes ceutíes recibieron a los Reyes en la zona de la Marina. De nuevo, las vallas marcaban lo que uno se podía acercar a Sus Majestades. La gente rodeó la pista en torno al monolito en el que figura ahora una placa con el nuevo nombre de estas instalaciones deportivas.

Juan Carlos bajó del BMW portando el bastón de mando de la Ciudad y descubrió junto a Juan Jesús Vivas la tela que cubría la placa, en gratitud por la visita largamente demandada por la ciudad autónoma.

El Rey saludó a la prensa y preguntó, sonriendo bonachonamente como pocos saben, por qué nos habían puesto a contraluz. Derrochó simpatía. Junto a la Reina saludaron a los dos mil ceutíes que aproximadamente presenciaban la despedida del Monarca y entraron en el helicóptero que les debía llevar a la península de vuelta.

Los seguidores de la realeza dijeron adiós a Juan Carlos y Sofía al ritmo de gritos de “¡Ceuta española!” y “¡España, España!”; no especialmente originales. Y también: “¡Sofía!, ¡Sofía!”.

Los motores comenzaron a rugir y los enormes aparatos se elevaron. Los ceutíes agitaron sus manos hasta ver perderse los helicópteros en el horizonte, por detrás del monte Hacho.

Hoy la ciudad autónoma de Ceuta amanece resacosa y nostálgica. Sí, habrá tristeza originada por el recuerdo, porque a partir de ahora se puede recordar una visita de Sus Majestades los Reyes de España.
 

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