El que Marruecos, para las
cuestiones de Ceuta y Melilla, cornee enfadado ante la
evidencia de la visita oficial de los Reyes de España a
tierra española, es algo a lo que debemos estar
acostumbrados. Ya lo hizo como consecuencia de la visita
oficial del presidente del Gobierno, Zapatero el pasado 31
de enero de 2006 y la contestación española fue la
indiferencia. Otra vez, ahora por causa Real, el gobierno
marroquí ha lanzado su acostrumbrado graznido, en esta
ocasión falto de clase y con un lamentable empleo de modos
ante un país, España, que tanto le regala al cabo del año y
que tanta puerta le abre ante la Unión Europea. Algo tendrá
España, para los marroquíes, cuando son muchos los que
pretenden vivir en un país libre, democrático y que mira por
los derechos humanos donde los triunfos sociales son tantos
que el marroquí cuando llega queda atónito, perplejo y
sorprendido. Sólo la muestra evidente de que sus nacionales
de Tetuán eligen la sanidad española en Ceuta y Melilla
huyendo de los métodos, debería hacerles reflexionar sobre
lo prioritario de dotar a sus ciudadanos de una buena
sanidad y de una mejor política educativa. Al menos, del
nivel que la de los hijos de los grandes potentados
marroquíes, siempre próximos al poder. Éstos procuran a sus
vástagos la mejor formación en colegios habitualmente
extranjeros y en universidades no marroquíes. ¿La
diferencia?, millones de niños marroquíes que deben
conformarse con lo que hay, cuando no ser empleado para
trabajar, pedir o buscarse la vida para ayudar al sustento
de su multiplicada familia. Marruecos quiere llegar a ser
como los países avanzados. No decimos que no ande mal
encaminado, pero para medirse mínimamente -todavía- con
ellos, queda años de trabajo, seriedad, buenas formas y
mucho compromiso. Ceuta no es una ciudad ocupada [si acaso
se intenta con centenares de irregulares marroquíes que se
cuelan desde el Tarajal] y menos aún es una ciudad
expoliada. La respuesta marroquí ruda y primitiva parece
medida, de nuevo.
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