A Gonzalo Testa lo
conocí yo recién llegado él a Ceuta. Y pronto comprendí que
era un periodista estupendo y me dio por hablar bien de cómo
realizaba su trabajo. El subdirector de este periódico, en
el cual me permiten tener este espacio, suele ser muy
puntilloso cuando se trata de publicar algo.
Y me consta que es minucioso y escrupuloso en cuanto
escribe, porque es consciente de que no hay nada peor que a
uno lo dejen desairado. Es decir, con el trasero al aire.
Que es, ni más ni menos, lo que han tratado de hacer con él
por habernos contado que el delegado del Gobierno, Jenaro
García-Arreciado, ha puesto firme a todos los directores
provinciales, asesores y demás altos cargos de la
Administración General del Estado en Ceuta.
Por lo tanto, yo creo que su información es la válida. Por
ser Gonzalo quien es, y porque también estoy acostumbrado ya
a que don Jenaro cuando se lanza, ya no oye, ni ve, ni
entiende. Se congestiona, se hincha, y debe de costar un
huevo llamarle a la prudencia. Y yo entiendo que el
onubense, que está hasta los mismísimos de que algunos de
los componentes de su equipo anden siempre intrigando contra
las personas que más confianza tienen en la calle de Ferraz,
se haya encarado con ellos y les haya dicho que ya está bien
de ocupar cargos relevantes y muy bien remunerados y, sin
embargo, no dejen ni un solo día de entorpecer la línea
política que han marcado los barandas de Madrid.
Porque ya era hora de que alguien le dijera a Salvadora
Mateos que deje de pensar en Jerónimo Nieto: un
abulense cuya forma de ser parece que ha dejado huella en mi
estimada Ori. Y cuya destitución, en su día, la convirtió en
una enemiga acérrima de quienes no estaban de acuerdo con la
forma de actuar de un señor que vino del frío y que le
importaba un pitoche todo cuanto sucedía a su alrededor.
Y, desde luego, me parece oportuno que el delegado del
Gobierno les haya leído la cartilla a Juan José León
Molina y a Jesús Lopera. Ya que ambos, por lo
visto, se están perdiendo en comidillas insulsas que no
hacen sino distraerles de sus cometidos. Cuando, debido a
sus responsabilidades como directores provinciales,
necesitan de todas las energías posibles. Y, claro, conviene
que no las malgasten dando el cante en reuniones de
cafeterías y largando lo indecible contra una María
Antonia Palomo que se mueve entre bastidores con una
habilidad digna de que sea destacada como la mujer del año.
De modo que me importa poco que haya salido Clemente
Cerdeira, por el que siento el consiguiente aprecio,
declarando que es falso que el delegado del Gobierno sacara
a relucir sus formidables alegatos, a modo de “filípica”,
para recordarles a algunos de sus subordinados que dejen de
meter la pata si no quieren pasar por un mal trance. Y
aunque entienda que el asesor cobra para enmendar los
excesos verbales y los aspavientos de su jefe, en este caso
no venía a cuento dejar al mensajero por embustero. De
ningún modo, vamos.
Máxime si el mensajero se ha ganado el crédito con creces,
por su trabajo diario, durante años. Por lo cual apuesto a
favor de lo contado por Gonzalo Testa, el miércoles pasado.
Es decir, que el delegado del Gobierno les dijo basta ya de
sandeces a varios componentes de su equipo. Y los amenazó
con sancionarles si no cortaban de raíz sus maquinaciones
contra Enrique Moya.
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