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OPINIÓN - MARTES, 30 DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Se impone el laconismo
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Un político debe hacer las cosas con prontitud y en silencio, es decir, sin alharacas; cumpliendo la función que más le gusta, servir de motor y despertador de actividades dormidas. Aportar ideas y encauzarlas hacia un final exitoso. La realidad es que pocos políticos pueden presumir de dar la talla requerida.

Hay políticos que tienen atrevimiento y vehemencia; pero son cortos de caletre. De modo que la falta de cordura, en bastantes ocasiones, les hace meter la pata y se ven expuestos al zarandeo de la opinión pública.

Un político no tiene por qué ser un sabio, un especialista de todo, pero sí debe ser una persona con conocimientos generales y probado sentido común. De manera que resulta necesario que esté en posesión de un afán desmedido por ampliar sus conocimientos. No sentirse nunca satisfecho con su bagaje cultural. Por más que en el empeño deba sacrificarse. De ahí que, fechas atrás, me complací en destacar cómo Mabel Deu, consejera de Educación y Cultura, había conseguido licenciarse en psicología.

Desgraciadamente a la política llegan muchas personas huérfanas de saber y se ponen en ridículo en cuanto abren la boca. Y cometen el error, además, de no aprovechar los años que viven disfrutando de su sinecura (cargo o empleo provechoso y de poco o ningún trabajo) para remediar sus deficiencias.

Tales políticos deberían emplear tanto tiempo libre para cultivarse. Sí, ya sé que la lectura no es una habilidad natural, sino aprendida. Y, por tanto, un ejercicio exigente. Pero muy provechoso: incluso para paliar en gran medida los disgustos que la existencia nos da. Al menos es lo que pensaba Montesquieu: “No habiendo tenido nunca un disgusto que una hora de lectura no me haya quitado”.

El político que sea incapaz de mejorar, aun habiendo hincado los codos, lo que más le conviene es hablar lo justo y llevar la brevedad escrita, por si acaso se le va la olla en el intento. Ha de ser tan lacónico como eran los espartanos. Con el fin de impedir que sus equivocaciones sigan produciendo las mismas consecuencias hilarantes que el primer día que se subió a un estrado.

El político que se vea reflejado en esta columna, siempre dedicada a contar pormenores de la ciudad, no tendría por qué enfadarse ni sentirse menospreciado. Pues no todo los políticos pueden poseer el don persuasivo de la elocuencia. Tener labia no está al alcance de cualquiera.

Por ejemplo: el vicepresidente del Gobierno, Pedro Gordillo, lleva ya un tiempo discurseando menos. Pues sabe de sobra que no cuenta con ese “pico de oro” tan necesario para encandilar a la gente. Entre otras razones porque le puede la pasión, se le amontonan las ideas y las palabras le salen atropelladas. Y, claro, el discursear lo deja insatisfecho. De ahí que haya optado, con muy buen criterio, por dedicarse a mantener la disciplina del partido y hacer posible que los componentes del Gobierno formen un bloque. Lo cual realiza a gusto del presidente de la Ciudad. A quien también, en los momentos en que éste se resiente por culpa de los problemas que ocasionan las decisiones importantes que ha de tomar, suele prestarle todo su apoyo. O sea, que en el hombro de Pedro Gordillo alivia Juan Vivas la soledad del poder. Aunque en tales momentos predomina la parquedad de palabras. Por razones que ya hemos explicado.
 

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