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OPINIÓN - MARTES, 23 DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Demora perversa
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

La semana pasada, debido a que se inauguraba una exposición de fotografías, estuve en las Murallas Reales, y uno de los allí reunidos habló de la magnificencia del lugar. Nos encontrábamos en la fachada de San Ignacio, concretamente en la puerta del Museo de la Ciudad. Y a mí se me ocurrió decir que el Patio de Armas me entusiasmaba; aunque no por ello dejaba de notar, siempre que me hallaba en él, como un principio de inquietante sufrimiento de agorafobia. Y es que hay espacios abiertos cuya grandeza suele cohibirme hasta extremos insospechados.

Transcurría la conversación, relacionada con las peculiaridades de las Murallas restauradas, consideradas Bien de Interés Cultural, cuando salió a relucir la tragedia vivida en los bajos del Angulo. Un Laberinto que en 1995 sirvió de refugio para muchos inmigrantes ilegales sin retorno. Subsuelo inmundo: mazmorras convertidas en infierno al cual yo bajé días antes de que sus moradores, negros, kurdos y argelinos se rebelaran contra las fuerzas encargadas de mantener el orden.

Era cuando los primeros inmigrantes llegaban a Ceuta y no había en España más antecedentes que las invasiones por mar principiadas por los fenicios, bajo el pretexto de venir a la caza del conejo. Pues se había extendido el rumor de que había tantos que hasta se podían coger con las manos. Luego, claro está, arramblaban con todo lo que podían, sobre todo plata, cuyo valor desconocíamos, a cambio de entregarnos naderías.

A partir de entonces, nuestras costas sirvieron para que arribaran cartagineses, romanos, godos y hasta los amigos del conde don Julián. Ni que decir tiene que todos nos esquilmaban y, por tanto, a todos los fuimos abandonando a su suerte, en momentos claves, dado los excesivos impuestos que imponían a los celtiberos.

A su suerte quedaron también cobijados en lo bajos de las Murallas Reales, entre aguas fecales, ratas como conejos, y oscuridades de muertos, un montón de inmigrantes. En un momento donde la presencia de éstos por las calles asombraban a los ciudadanos y los comentarios eran muchos y nada halagüeños para quienes venían huyendo de la miseria y convencidos de que Ceuta era sólo la antesala en la cual esperar la llegada del momento tan deseado: la entrada al Edén europeo.

Lo sucedido, al verse las autoridades locales desbordadas por un fenómeno social desconocido y para el que no contaban con medios ni con conocimientos suficientes, fue un drama. Que vivieron intensamente Basilio Fernández, entonces alcalde, y María del Carmen Cerdeira, delegada del Gobierno. Me consta que ambos se levantaban cada día pensando en qué medio escrito, en qué medio hablado, o en cuál de las televisiones, los iban a poner como chupa de dómine. Por no atender a algo que les sobrepasaba.

Han pasado ya doce años de aquel suceso. Y, lógicamente, las autoridades no pueden alegar ya que son sorprendidas por nada de cuanto pueda ocurrir en relación con la llegada de inmigrantes a España. Por consiguiente, no entiendo cómo es posible que esté ocurriendo lo que nos ha contado Raúl Mariscal –ayer- acerca de los 33 bangladeshíes que se han echado al monte. Los gobernantes, algo habitual, siempre actúan con demora perversa.
 

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