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OPINIÓN - LUNES, 22 DE OCTUBRE DE 2007

 
OPINIÓN / LAS NOTAS DEL QU8IM

Alzheimer

Por Quim Sarriá


La enfermedad de Alzheimer como entidad clínica individualizada cuenta ya con más de 100 años de historia. En noviembre de 1901 ingresó una paciente de 51 años de edad llamada Augusta D en el hospital de Frankfurt, con un llamativo cuadro clínico de 5 años de evolución. Tras comenzar con un delirio celotípico, la paciente había sufrido una rápida y progresiva pérdida de memoria acompañada de alucinaciones, desorientación temporoespacial, paranoia, trastornos de la conducta y un grave trastorno del lenguaje.

Fue estudiada primero por Alois Alzheimer, y después por parte de médicos anónimos. La enferma falleció el 8 de abril de 1906 por una septicemia, secundaria a escaras de decúbito y neumonía.

La lucha ahora en una nueva trinchera marca otro camino a seguir: el de afrontar con la cabeza alta y una visión colectiva los problemas de la salud.

El Alzheimer tiene en nuestra sociedad mucho de enfermedad maldita, lo que impone un doble sufrimiento a quienes la padecen.

Pascual Maragall era mi jefe natural en una época en que Transports Municipals de Barcelona (TMB), empresa en la que yo trabajaba y sigo trabajando aunque al 15%, experimentó un auge que continúa vigente hoy en día. Una época que me permitió ascender en el escalafón de la empresa y que me abrió paso en el mundo de la información. De hecho me encargué de reunir información y de dirigir la filmación de un acto que tuvo especial relevancia en la época: la inauguración de la sede central de TMB por el entonces alcalde de Barcelona e impulsor de los Juegos Olímpicos en la misma.

Fue una época muy brillante y en la que Pascual Maragall decidió dividir sus poderes para que fuera mejor dirigido el ente que llevaba a cuestas. Creó una nueva dependencia municipal con la denominación de Presidencia de Transports Municipals de Barcelona para la que eligió a Mercé Sala, después presidenta de RENFE. Maragall se desprendió de un cargo congénito al de la alcaldía en un claro proyecto de descentralización de funciones.

El pasado sábado me sorprendió, enormemente, enterarme por boca del propio Pascual Maragall que padecía alzheimer. Acompañado de su esposa Diana Garrigosa y tras realizar una visita a la Unidad de Memoria del Servicio de Neurología del Hospital Sant Pau de Barcelona, el hasta hace poco líder socialista se mostró optimista: «hicimos los Juegos Olímpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatut y ahora iremos a por el alzheimer».Maragall hacía pública su enfermedad y anunció que, a partir de ahora, dedicará buena parte de su tiempo a trabajar para combatir esta enfermedad. Durante su intervención se mostró convencido de que «… dentro de 10 ó 15 años esta enfermedad será vencible y vencida», y aseguró que utilizará toda su capacidad de influencia para ayudar a hacer avanzar, en la medida que sea posible, la investigación sobre esta patología.

Por eso estoy convencido de que el gesto de Maragall es doblemente valioso. Todos los políticos tienen ahí su lección: el hombre que con una alegría desbordante llevó la ilusión a toda la sociedad catalana y española cuando Barcelona fue designada para organizar los Juegos de 1992 volvió ayer a tocar el cielo. Y nosotros con él.
 

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