La enfermedad de Alzheimer como entidad clínica
individualizada cuenta ya con más de 100 años de historia.
En noviembre de 1901 ingresó una paciente de 51 años de edad
llamada Augusta D en el hospital de Frankfurt, con un
llamativo cuadro clínico de 5 años de evolución. Tras
comenzar con un delirio celotípico, la paciente había
sufrido una rápida y progresiva pérdida de memoria
acompañada de alucinaciones, desorientación temporoespacial,
paranoia, trastornos de la conducta y un grave trastorno del
lenguaje.
Fue estudiada primero por Alois Alzheimer, y después por
parte de médicos anónimos. La enferma falleció el 8 de abril
de 1906 por una septicemia, secundaria a escaras de decúbito
y neumonía.
La lucha ahora en una nueva trinchera marca otro camino a
seguir: el de afrontar con la cabeza alta y una visión
colectiva los problemas de la salud.
El Alzheimer tiene en nuestra sociedad mucho de enfermedad
maldita, lo que impone un doble sufrimiento a quienes la
padecen.
Pascual Maragall era mi jefe natural en una época en que
Transports Municipals de Barcelona (TMB), empresa en la que
yo trabajaba y sigo trabajando aunque al 15%, experimentó un
auge que continúa vigente hoy en día. Una época que me
permitió ascender en el escalafón de la empresa y que me
abrió paso en el mundo de la información. De hecho me
encargué de reunir información y de dirigir la filmación de
un acto que tuvo especial relevancia en la época: la
inauguración de la sede central de TMB por el entonces
alcalde de Barcelona e impulsor de los Juegos Olímpicos en
la misma.
Fue una época muy brillante y en la que Pascual Maragall
decidió dividir sus poderes para que fuera mejor dirigido el
ente que llevaba a cuestas. Creó una nueva dependencia
municipal con la denominación de Presidencia de Transports
Municipals de Barcelona para la que eligió a Mercé Sala,
después presidenta de RENFE. Maragall se desprendió de un
cargo congénito al de la alcaldía en un claro proyecto de
descentralización de funciones.
El pasado sábado me sorprendió, enormemente, enterarme por
boca del propio Pascual Maragall que padecía alzheimer.
Acompañado de su esposa Diana Garrigosa y tras realizar una
visita a la Unidad de Memoria del Servicio de Neurología del
Hospital Sant Pau de Barcelona, el hasta hace poco líder
socialista se mostró optimista: «hicimos los Juegos
Olímpicos, hicimos aprobar y refrendar el Estatut y ahora
iremos a por el alzheimer».Maragall hacía pública su
enfermedad y anunció que, a partir de ahora, dedicará buena
parte de su tiempo a trabajar para combatir esta enfermedad.
Durante su intervención se mostró convencido de que «…
dentro de 10 ó 15 años esta enfermedad será vencible y
vencida», y aseguró que utilizará toda su capacidad de
influencia para ayudar a hacer avanzar, en la medida que sea
posible, la investigación sobre esta patología.
Por eso estoy convencido de que el gesto de Maragall es
doblemente valioso. Todos los políticos tienen ahí su
lección: el hombre que con una alegría desbordante llevó la
ilusión a toda la sociedad catalana y española cuando
Barcelona fue designada para organizar los Juegos de 1992
volvió ayer a tocar el cielo. Y nosotros con él.
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