Precisamente, entiendo, que es la
educación obrera, aquella que ha de poner en movimiento
nuevas ideas de movilización, la que puede contrarrestar las
graves injusticias que las democracias soportan. Dicho lo
anterior, considero que las organizaciones sindicales han de
apostar, mucho más de lo que lo vienen haciéndolo, por
programas de formación, para que el obrero pueda
reconsiderar los efectos de la globalización económica, la
exigencia de trabajo decente, la lucha contra la
discriminación de cualquier índole. A mi juicio, el papel de
formador del propio movimiento sindical obrero es vital para
que se regenere esa educación obrera solidaria, sensible a
los cambios ambientales.
Un mundo obrero educado en el estudio profundo de los
problemas, siempre dispuesto a colaborar en su resolución,
lleva consigo dejar de lado los sectarismos sindicales,
cualquier ambición de poder que no sea para mirar en la
misma dirección del bien común. O sea, de sentir próximo al
prójimo. Por el contrario, cuando el trabajo se torna
incivil y los sindicatos permanecen mudos o pasivos, siendo
su razón de ser la pro-actividad del diálogo social como un
instrumento de democracia, estabilidad y desarrollo, aparte
de ocasionar desgaste de valor sindical, cooperan a que los
obreros duden del ejercicio de su actividad y de su razón de
ser. Resulta deseable, por tanto, que estos agentes sociales
promuevan la formación obrera y ofrezcan una atención mayor
y más adecuada a los trabajadores.
Quizás algunos dirigentes, suspensos por sus acciones en
ética y moral, sean los primeros en necesitar esa formación
previa. Es importante, en consecuencia, llevar a cabo una
labor persuasiva de educación obrera en los valores
solidarios para que el trabajador, el mundo productivo y
todo este engranaje económico, no se vuelva contra el obrero
por muy demócrata que quiera notarse; es decir, contra el
propio ser humano que, en demasiadas ocasiones, aún no pasa
de sentirse un NIF activo con categoría de esquirol,
(sustituible por otra mano obrera más barata), en un
supermercado de una invernal cadena de explotación, que paga
por lo que te dejes explotar, mediante el mayor caudillaje:
un injusto incentivo de una productividad subjetiva.
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