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OPINIÓN - DOMINGO, 21 DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Vivas encaja mal los denuestos
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

En una ciudad pequeña, pero con problemas de urbe grande, no es extraño que su alcalde, como él dice que gusta de ser llamado, sea la persona más requerida por los medios. Es el caso de Juan Vivas. Quien, además, es el hombre más popular de Ceuta y el político más poderoso. Un poder que emana de ese otro poder consistente en que lo hayan votado, con insistencia, innumerables ciudadanos que lo distinguen como la persona más capacitada para regir los destinos de esta ciudad.

Con semejante respaldo en las urnas, el alcalde-presidente de la Ciudad, a medida que ha ido adquiriendo experiencia como gobernante, se encuentra en una situación inmejorable para tomar decisiones que a otro, en su lugar, le estarían vedadas, si acaso no disfrutara de esa masa de votantes incondicionales, como la que cuenta JV.

La enorme confianza que vienen demostrando los ciudadanos a la hora de depositar su voto a favor de lo que Vivas significa para ellos y no por su pertenencia a unas siglas, le concede a éste un estímulo incuestionable para llegar todos los días al despacho con unas enormes ganas de trabajar por su tierra. Y, encima, su forma de ser que despierta simpatía y adhesiones entre quienes están acostumbrados a tratar a políticos de mirar altanero y prestos, a la menor ocasión, a escupir por el colmillo, hace posible que hablen de él como persona con la que es posible dialogar sin ningún tipo de envaramiento.

Así me manifestaba yo, días atrás, cuando hablaba con un político, acostumbrado a lidiar desechos de corrales –perdonen el símil taurino-, y éste me daba la razón. Y fue más lejos en sus apreciaciones: “No te olvides, Manolo, que me estás hablando de una persona inteligente y con una capacidad de persuasión que no tiene límites. Pero...”.

El pero, esa conjunción adversativa que tanto me molesta cuando aparece, inmediatamente, detrás de cualquier reconocimiento de cualidades que adornan a una persona, me hizo temer que mi comunicante fuera a contarme una historia negativa. Y no fue así. Me dijo que lo que Juan Vivas lleva mal es cuando le insultan o tratan de vejarlo. No acaba de asimilar que lo llamen desvergonzado o que pongan en duda su honorabilidad. Hasta el punto de que se le nota durante varios días los denuestos recibidos. Y, desde luego, difícilmente perdonará la afrenta.

Apenas había acabado de hablar mi interlocutor cuando le pregunté de sopetón lo siguiente: ¿me pues decir, entonces, cómo se las apañan Rafael Montero y Juan Luis Aróstegui, por ejemplo, para presentarse en el despacho de Juan Vivas? ¿Con qué cara se sientan a dialogar con él?

El primero se ha dado cuenta, aunque tarde, de que Vivas lo desprecia. Si bien éste es capaz de soportar con asombroso estoicismo al editor cuando lo tiene sentado frente a él e incluso le permite desahogos tan estúpidos como irresponsables. Lo cual irá minando la moral de quien hasta hace nada creía tener a JV cogido por los huevos. En lo tocante al segundo, debe ser frustrante comprobar que todo fracaso acompañado de obcecación es una fragilidad del individuo. Es el caso de Aróstegui.

Un caso que el presidente de la Ciudad conoce muy bien. Y, aunque no es hombre de irlo propalando, no duda en reírse de Juan Luís por lo bajinis.
 

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