Coincido con Beatriz Lamenca
en el Museo de Las Murallas Reales. Hemos acudido a ver la
exposición fotográfica de Fito Carreto: un portuense a quien
el escenario le sigue pareciendo singular. De ahí que no se
canse de recomendar su visita a quienes desconocen tales
murallas.
A Beatriz se le enciende la mirada de satisfacción en cuanto
aprecia la calidad de lo expuesto. Ternura, fuerza,
elegancia del blanco y negro..., dice ella. A mí se me
ocurre recordarle que la obra de Fito refleja el claroscuro
de las corridas del que tanto se ha hablado. Y del que hacía
mención el maestro Cañabate, cuando se refería a la
claridad del toro dócil, y a la oscuridad del toro fiero.
Fito Carreto es todo un personaje. Y como tal se comporta
ante quienes le acompañamos en un día tan esperado por él;
pues desde hace mucho tiempo deseaba darnos a conocer 35
fotografías basadas en motivos taurinos, en un sitio que a
él le tiene sorbido el seso. Motivos que suelen escaparse de
la vista de los espectadores.
Beatriz, fotógrafa ceutí, también premiada por su obra,
lleva consigo su catálogo de fotografías, llamado Habana
Trinidad 2003. Es su regalo para quien nos muestra lo que él
define como gente que se ha quedado a mitad de camino en esa
locura de querer ser matador de toros y se han conformado
con formar parte de la fiesta desde posiciones subalternas
pero imprescindibles para la tauromaquia.
Fito Carreto nos introduce en un mundo donde si la tragedia
no estuviera siempre presente, seguro que habría lugar para
la risa en algunos momentos donde los ritos transforman las
facciones de los actuantes. Pues bien, esos momentos,
cruciales en la fiesta nacional, los ha captado el artista
de El Puerto de Santa María de forma extraordinaria.
Mozos de espadas inmortalizados en situaciones expectantes.
Uno corriendo por el callejón con el estoque en la mano para
que no se demore ni un minuto más la suerte suprema por
parte de su maestro. Otro atento a percibir entre barreras
algún runrún o algún comentario acerca de su matador. Allá
un picador que se viste despaciosamente, con artilugios
protectores, mientras su mirada perdida nos recuerda al
hidalgo don Quijote.
En la exposición de mi paisano, Fito Carreto, no falta el
torero que plasma el símbolo de la cruz en la arena, antes
de iniciar el paseíllo; ni tampoco la severidad en los
rostros de los empleados de la plaza; ni el homenaje a la
muerte de un monosabio. Fotografías conseguidas en una plaza
de toros que ha entrado en la leyenda.
Tampoco se pierdan, si acaso deciden darse una vuelta por el
Museo de las Murallas Reales, observar con detenimiento las
figuras de esos muñecos rotos que Fito nos presenta en las
peñas taurinas. Tipos que quisieron ser figuras del toreo y
ni acomodadores llegaron a ser.
Cuando salimos del museo, Beatriz Lamenca me dice que la
obra de Fito Carreto es admirable. Y es entonces cuando
surge la pregunta: ¿Quién es Fito?... Es, Beatriz, el hijo
de un gran amigo mío; un amigo que se llama Alfonso
Carreto. Alguien con un saber estar que servía de
referencia para quienes lo frecuentábamos hace ya varias
décadas. Más o menos las que lleva triunfando su hijo en un
menester tan caro para ti. Y allá que seguimos hablando del
personaje del día en Las Murallas Reales: Alfonso Carreto, “Fito”.
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