¡Ay!, menudo “marrón” nos ha caído
con esta izquierda que nos ha tocado soportar. Es evidente
que no puede disimular su odio, su desprecio y su rencor por
todos los que no piensan como ellos. Es algo superior a lo
que les pueda aconsejar la razón, superior incluso a lo que
les dicta el sentido común y, por supuesto, superior a lo
que les pudiera aconsejar la conciencia, si no la tuvieran
tan aherrojada por los prejuicios que vienen arrastrando, de
generación en generación, como si el mundo no hubiera
cambiado, como si la humanidad no hubiera progresado y las
personas estuvieran todavía en la edad de piedra solventando
sus diferencias a pedradas y a golpes de tranca. Azaña fue
pionero en erradicar la enseñanza religiosa, pero no fue
capaz de suplir, con una buena enseñanza pública, el vacío
dejado por aquellos, y así fue el resultado de dinamitar la
ley y el orden como hicieron los socialistas en la
revolución 1934 y antes, con sus huelgas incontroladas.
La Séptima Internacional fijó en Rusia el método para
destruir la civilización occidental, para erradicar el
Cristianismo y para implantar el comunismo en todas las
naciones que eran consideradas capitalistas. El Frente
popular fue el engendro que salió de tales acuerdos, con una
sola misión: acabar como fuese con la democracia. Tuvieron
éxito en Francia y fracasaron en Alemania e Inglaterra y, en
España, estuvieron a punto de lograrlo si alguien no les
hubiera parado los pies. Sin embargo, con el
restablecimiento de la democracia, estos salvadores de la
patria, estos cachorros de aquellos de la CNT y la FAI o de
las Juventudes Socialistas de los años treinta, están
intentando reproducir los métodos que utilizaban sus
progenitores: la venganza, el odio, la fuerza y el engaño.
Estos nuevos comunistas, que se camuflan bajo la capa de
demócratas, tienen de ello lo que el que les escribe de
obispo que es poco o nada. Los que hacen del odio a sus
adversarios instrumento para mentir, engañar, tergiversar y
perjurar, con el único fin de borrar al contrario, de
impedirle argumentar; porque saben que su sistema político
ha fracasado en todo el mundo menos, precisamente, en
aquellos países donde se han hecho con el poder gracias a
haberlos convertido en dictaduras totalitarias. Vean los
casos de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba y, echen un
vistazo a las dictaduras de Corea del Norte, Vietnam y
Camboya, por no citar más, y se darán cuenta de cómo se las
gastan estos defensores de la mal llamada “libertad”.
Pues en España, o lo que queda de ella, también tenemos
ejemplos de estos pretendidos “intelectuales” que se
consideran por encima del bien y del mal; de estos que
pretenden que cuando abren la boca el resto de los humanos
nos quedemos embelesados con sus ocurrencias y, a fuer de
ser francos, debemos reconocer que embelesados no nos
quedamos, pero asombrados y consternados sí. Por ejemplo,
que un sujeto como Victor Manuel, un personaje que se ha
hinchado de ganar dinero, trabajando sí, pero también
trabajan, y mucho, los vidrieros en un fábrica o los
panaderos en las panaderías y no ganan fortunas como ellos;
pretenda aleccionarnos en el comunismo y además, se comporte
como un cretino y un mal educado, atreviéndose a llamar a un
Obispo “hijo de puta”, cuando sabe que, con ello, está
ofendiendo a todos los católicos de la nación.
Por si no bastara, nos encontramos con el digno émulo de la
familia Bardén, el señor Xavier Sardá, cuya mayor gloria
consiste en haber sido el conductor de “Crónicas Marcianas”,
el programa más sucio, repugnante, hortera, irrespetuoso e
irreverente de cuantos se hayan producido en la televisión;
se ha permitido con toda la cara, en el programa de la Julia
Otero, aconsejar a unos niños, (porque se trata de un
programa infantil), que “no votasen al señor Acebes”. Ni era
el lugar ni estamos en campaña electoral; pero, así actúan,
así engañan y así pretenden convertir a nuestra patria en
una república stalinista, todos estos izquierdistas que nos
rodean. ¿Cuándo vamos a reaccionar? Si no espabilamos, ¡lo
tenemos claro!
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