Me pesan las tardes porque es
cuando salgo a pasear por entre los periódicos y a respirar
sus tintes. El mundo visto desde el papel es un cementerio
de sombras en la proa de los días. Se traga toda mi
esperanza. Todo camina desintegrado, desorbitado, despechado
a más no poder. Hay corazones verdaderamente resquebrajados
que necesitan cuidados intensivos, lo suyo sería abrir
lugares donde se enseñase a vivir, donde se aprendiese a
respetar las virtudes esenciales para la convivencia. La
familia ya no sobrevive en la sociedad a la manera de las
yedras sobre las paredes del aire. Hemos perdido nuestra
verdad, la de ser humano, y no hay pedazo de sol que nos
despierte el alma. Lo nuestro es crónico y crítico. La
disociación entre lo que se dice creer y el modo concreto de
vivir y comportarse es tan real que el tiempo de los
atardeceres amarillos, de los besos frutales encendidos, se
han secado. Sólo se encuentran presencias desbocadas,
miradas ausentes, cretinos con mala uva, faroles en la calle
de la soledad y un inmenso temporal de llanto anudado al
silencio.
Las tardes me pesan pensando cómo huir de esta legión de
víboras que me acorralan, de biotecnológicos sin conciencia
dispuestos a torear mi dignidad, de buitres preparados para
cortarme las raíces del ser a su antojo. Yo quiero ser quién
soy, no lo que quieran que yo sea. No hay peor vida que
vivir hambrientos de la libertad. Cuando el poder, en su
afán intervencionista, se apropia de nuestro ser como si
fuésemos figurines de su altar mesiánico, no hay cuerpo que
se levante del naufragio. Pido: menos historias de poder y
más historias de vida. Y en todo caso, jamás cortemos de
raíz lo que ayer fuimos, pues ha de servirnos como eco de
luz a tantas espirales de humo vertidas por intransigentes y
rudos hasta en las cejas.
Me pesan las tardes, lo repito, porque advierto quedarme sin
habla, parárseme el corazón en seco al ver la fragua de odio
al rojo vivo, el asalto a las raíces más humanas, la furia
del abucheo constante y creciente, el atropello de los
violentos con su bocina fanática reventando las cámaras de
seguridad. La humillación y el sufrimiento están a la orden
del día. No pocas voces han alzado el vahó de sus sílabas a
todos los poderes del mundo y es que, sin duda, urge
“globalizar” la protección para miles y miles de personas
que ya no saben ni dónde refugiarse. Esa es la pura verdad.
Las riadas de olvidados enlutecen las aguas de la esperanza.
Por doquier se pueden ver los frutos de la apatía.
Convendría hacer autocrítica, puesto que como dijo García
Márquez: “los seres humanos no nacen para siempre el día en
que sus madres los alumbran, sino que la vida los obliga a
parirse a sí mismos una y otra vez”. Y es que el mundo brota
en nosotros como al atardecer despuntan los sueños. Será un
alivio el día que la humanidad derrote sus propias guerras,
mande a descansar el dolor y trabaje a destajo en el tajo de
la justicia.
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