Desde hace unos años nos venían
diciendo que Imbroda y Vivas se habían
conjurado para defender conjuntamente todas sus
reivindicaciones ante el Gobierno de José Luis Rodríguez
Zapatero. Que habían hecho una especie de hermanamiento
de sangre para caminar ambos en la misma dirección. La idea
era poner en práctica el lema Tanto monta.
Pero ambos presidentes, y sus correspondientes corifeos, no
cayeron en la cuenta de algo que es de suma importancia
cuando se trata de negociar intereses con un tercero en
discordia y con capacidad suficiente para manejar el ritmo
de los acuerdos y las concesiones dentro del libre albedrío
que le otorga el poder ministerial. Digo que no cayeron en
la cuenta de lo mucho que ayuda a los negociadores el
esgrimir buen talante (Ojo: buen talante no significa
sumisión o decirle al ministro a mandar que para eso
estamos).
Y en ese aspecto, es decir, a la hora de hacer de anfitrión
con los visitantes del partido socialista, Juan Vivas Lara
ha jugado su papel de manera ejemplar. Su recibimiento al
presidente del Gobierno fue digno de encomio. Supo estar a
la altura del acontecimiento y actuó con la finura que se le
pedía a quien está obligado, en situaciones así, a ser lo
que debe ser: presidente de todos los ceutíes y no alguien
malhumorado ante un adversario para recordarle que está
haciendo de tripas corazón por estar a su vera.
Ni que decir tiene que ese mismo saber estar lo ha ido
exhibiendo el presidente de la Ciudad ante los ministros que
han ido arribando a la ciudad. Así como con otros cargos de
menor rango. Y, desde luego, me consta que tanto Jordi
Sevilla como Jesús Caldera salieron
siempre satisfechos de sus encuentros con quien se ha
convertido en marca de la “casa caballa” y no en un producto
del Partido Popular.
Un producto del PP es, en cambio, Juan José Imbroda. Quien
parece que gusta de poner cara de maldito cuando le toca
sentarse a dialogar con una autoridad del partido rival. Da
la impresión de que el presidente de Melilla necesita
demostrar que es más de su partido que nadie. Tal vez porque
procede de una agrupación localista y ya sabemos la cantidad
de tonterías que se larga, desde el localismo, contra los
dos grandes partidos.
Imbroda, por mucho que les disguste a sus seguidores, pone
cara de apretado en cuanto tiene enfrente a un gerifalte
socialista. No lo puede remediar. Es superior a sus fuerzas.
Y ese desagrado, ese mirar con asquito al ministro de turno
o al propio ZP, se clava como una daga en el costado de los
visitantes. Y, claro, luego se propala la mala nueva: “Oye,
si vas a Melilla vete preparando para soportar los desaires
del presidente de la Ciudad. Nada que ver con el modo de
comportarse del de Ceuta. Un tío bien distinto y con quien
da gusto compartir un rato de charla”.
Estando así la situación, no me extraña que Juan Vivas haya
decidido estrechar la mano del Ministro de Trabajo y Asuntos
Sociales y firmar los acuerdos oportunos, sin pararse a
pensar que su amigo Imbroda prefería enfrentarse con el
Gobierno Central hasta nueva orden. Lo cual ha desembocado
en la suspensión de lo que llaman, de manera cursi y
pomposa, cumbre bilateral. Que sea por mucho tiempo. El
tiempo que aprenda Imbroda a negociar con la sonrisa en la
boca y el buen talante por sistema.
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