Una de las banderas con las que,
en próximas fechas, desembarcará en Ceuta la ex dirigente
socialista Rosa Díez para intentar ganarse el voto de los
ceutíes hacia su nuevo partido, Unión Progreso y Democracia
(UPyD) será la de la tan manida “regeneración democrática”.
Prácticamente ningún partido ha renunciado durante los
últimos años a aferrarse en algún momento a ese mensaje para
intentar convencer a los ciudadanos de que lo que la mayoría
piensan de ellos es un error.
No obstante, el mensaje suele corresponder a los partidos
que están en la oposición. Hace cinco años, el que hoy es
presidente del Gobierno de la nación, José Luis Rodríguez
Zapatero, presentó una propuesta muy similar a la que hoy
defiende la propia Díez en las páginas de este periódico.
Más al detalle, antes de llegar al Gobierno el político
leonés prometió que sería un presidente “para la
cooperación, para sumar a la mayoría de los demócratas y
acabar con el terrorismo” y aseguró que “las presidencias
del Congreso y el Senado no se usarán como comodín político
de los intereses del partido, ni tampoco habrá ministros que
salgan como candidatos para comunidades autónomas, sino que
estarán todos trabajando por España”. Por si fuera poco,
adelantó un endurecimiento de la Ley de incompatibilidades.
Sólo cinco años después es fácil comprobar que el ex
ministro de Justicia, Fernando López Aguilar, salió
disparado hacia su comunidad de procedencia, las Islas
Canarias, para intentar llegar al Gobierno autonómico con su
bien ganada fama en Madrid. Tampoco es menos obvio que las
presidencias y vicepresidencias de Congreso y Senado se han
utilizado y comprometido (que le pregunten a Carme Chacón o
a José Bono) en beneficio del partido. UPyD tiene ante sí el
difícil reto de convencer a los ciudadanos de que la
política es algo más que flamantes promesas paridas desde la
convicción de que nunca se van a cumplir cuando le llegue la
hora de hacerlo. Esa sí sería una revolución.
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