Me desayuno con la noticia de la
disolución del Partido Socialista de Ceuta, por orden
rigurosa procedente de Madrid, en vista de que la gestora
presidida por Enrique Moya ha estado dando
barquinazos sin cesar. La resolución adoptada es grave. Pero
nadie debe rasgarse las vestiduras: puesto que cuando se
descubren males muy profundos hay que sajarlos pronto y
radicalmente. De lo contrario, la infección seguirá haciendo
de las suyas y la gangrena se presentará irremisiblemente.
Los socialistas de esta tierra perdieron el norte hace ya
mucho tiempo. Y lo perdieron porque cuando la figura de
Felipe González cautivaba muchos falangistas y gentes
que habían pertenecido a la derecha ultramontana, decidieron
afiliarse al partido, deprisa y corriendo, no sólo para
lavar su imagen sino también para medrar. Así, tales
personas fueron socavando los cimientos del socialismo
ceutí. ¿O acaso se puede olvidar el atormentado y
accidentado pasaje que se vivió en el partido cuando
Francisco Fraiz estaba convencido de que él era la
piedra angular del socialismo caballa? Y qué decir de
quienes desde dentro del partido se le opusieron con peores
modos que los suyos y convirtieron los plenos en una especie
de reñidero de gallos ingleses donde el olor de la sangre
causaba soponcios de señoras y caballeros.
Aquella primera escisión, con ribetes de tragicomedia, dejó
tocado para siempre al partido y nos permitió descubrir a
quienes nada tenían de socialista y mucho de aventureros
dispuestos a llevarse la pasta gansa participando en
chanchullos municipales. Ahí siguen algunos presumiendo
todavía de listos y de cómo son capaces de amedrentar a los
políticos gobernantes en cuanto no se doblegan a su
voluntad.
Aunque sería una injusticia olvidarse de los militantes que,
contra viento y marea, permanecieron fieles a sus ideas.
Militantes que soportaron los años decadentes y que tuvieron
un respiro con la llegada de María Antonia Palomo a
la secretaría general. Sin embargo, dentro de esa minoría,
tampoco han faltado las personas que, bien por torpeza o
egoísmo, propiciaron que MAP se despeñase por la ladera del
fracaso en las últimas elecciones autonómicas.
Enrique Moya, pieza principal en la campaña electoral,
cometió errores de bulto a la hora de planificar de qué
manera tenía que agrandar la imagen de la candidata
socialista. Y, claro, fracasó rotundamente en su labor. Y
todo porque recurrió a lo más fácil: a ponerse de acuerdo
con un individuo que le vendió humo: “Si dejas la campaña de
los medios en mis manos te auguro un éxito impensable”. El
mismo individuo que pronosticó los dos escaños de Juan
Luís Aróstegui porque éste también estaba acogido a sus
tan cacareadas influencias en los medios.
De todo ello me percaté durante las entrevistas realizadas
por la televisión pública a los candidatos a la presidencia.
Un programa amañado en el cual los entrevistadores se
reunían para ponerse de acuerdo con las preguntas que tenían
que hacer. Y, desde luego, sigo sin entender por qué María
Antonia Palomo aceptó la propuesta de no anunciarse en este
periódico. Así les ha ido.
A partir de ahora, borrón y cuenta nueva. Y a ver si es
posible que en la calle de Daoíz entre, al fin, una bocanada
de aire fresco capaz de acabar con tantas mezquindades.
Tarea difícil.
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