Me van a permitir que plagie y copie en lo que pueda el
estilo a Mariano José de Larra, porque ni soy tan talentoso
ni tan romántico –maldita sea–, y su artículo Vuelva usted
mañana para escribir sobre las esperas insufribles en la
oficina conocida como del paro de la Ciudad Autónoma de
Ceuta. “¡Como no tienen otra cosa que hacer!, pueden
esperar”, habrán pensado las autoridades, pero gran persona
debió de ser el primero que llamó castigo mortal a la
espera.
Mi cuarto día en Ceuta y verdad es que la Ciudad Autónoma no
es de aquellas que se conocen a primera ni a segunda vista
pese a ser una urbe pequeña, pero singular.
Andábame ayer por estas calles a buscar materiales para el
periódico cuando pasé por la oficina del INEM en la calle
Pedro de Meneses y observe mucha gente en espera. Me asomé y
vi la docena de sillas ocupadas y otra docena de personas
esperando sobre sus piernas. Volvime a salir y pregunté a un
chico en la puerta, porque hasta allí llegaban los
desesperados pacientes.
_ ¡Vaya cola! ¿eh?
– ¡Qué le vamos a hacer! –contestó el pobre desempleado.
– ¿Llevas mucho esperando?
– A mí me ha cogido el número un amigo hace más de una hora,
pero aquí sigo.
Mi curiosidad me hizo entrar y tomar número: el B97; la cosa
iba por el B41 a esa hora, tres minutos pasados de las diez
de la mañana –la oficina abrió a las ocho y media para los
más madrugadores–.
Al salir, caí en la cuenta de un papel pegado en el cristal
que rezaba: “En el día de hoy se atenderán 150 números de
tramitación (letra B), no siendo posible atender a más
personas, ya que esto redundaría en una merma de la atención
personalizada de los usuarios”.
Suscribía el director.
Cierto es que Ceuta continúa registrando la segunda tasa de
paro más alta de España, con un 19,09 por ciento, precedida
tan sólo de Melilla, con el 21,02 por ciento, según la
última Encuesta de Población Activa (EPA), correspondiente
al segundo trimestre de 2007 y publicada por el INE. De las
56.200 personas mayores de 16 años residentes en la ciudad,
tan sólo 28.300 cuentan como población activa, de los que
22.900 están ocupadas y 5.400 en paro.
Hice parada y posta en la redacción del periódico y luego me
encaminé a la sede de CC.OO. y UGT para recoger,
curiosamente, unas valoraciones respecto a la apertura de
comercios hoy viernes pese a ser festivo y la posibilidad de
que se pudiese presionar a los asalariados para acudir a
trabajar. Como sabrán mejor que yo, de camino quedaba la
oficina del INEM. A las 10:46 el marcador electrónico había
pasado del B41 al B52.
A la vuelta volví a asomarme por la calle Pedro de Meneses.
La letra B había pasado al 65 a eso de las 11:35, es decir,
una hora y media desde que trinqué el papelito. Algunas
caras eran nuevas, otras las mismas; y el chico seguía allí.
– ¿Qué número tienes? –le pregunté.
– El 80.
– ¡Buff! –pensé–, a este ritmo le cierran la oficina a la
criatura.
De nuevo en la redacción; y a las 12:15 decidí volverme al
INEM viendo que esta historia estaba cogiendo tintes de
poder terminar sobre el papel cuché del diario.
Ya no estaba mi amigo, pero la cola era similar. Me
sorprendí incluso comprobando que el vigilante de seguridad
–sin duda necesario ante la posibilidad real de motines–
colaboraba.
– ¿Hay alguien para sellar? –preguntó; y recogió las
cartillas.
Me tomé un café en un establecimiento de al lado y puse un
cigarrillo en mis labios –el tabaco mata, lo sé, lo tengo
que dejar y mejor hubiera sido no haber empezado–.
A las 12:15 la B marcaba el número 91 y no podía parar de
pensar otra cosa que “vuelva usted mañana, para lo mismo
decir mañana”. El B97 pasó a las 12:21, exactamente dos
horas y 18 minutos después de agarrarlo.
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