Ayer fue 10 de septiembre, un día
entrañable en lo personal desde aquellas clases de
mecanografía en Gijón, allá por el otoño de 1997 en las que,
parafraseando a Bach, uno comprometió su perenne amistad por
encima de cosas como el espacio y el tiempo. Levanto acta
con un beso y una rosa. Y ayer también el malasio Mushafar
Shukor, de 34 años, se convirtió a las 13.22 GMT en el
noveno astronauta musulmán que, embarcado en la nave Soyuz
TMA-11 junto al ruso Yuri Malenchenko y la norteamericana
Peggy Whitson, ascendió hacia las estrellas desde el
cosmódromo de Baikonur rumbo a la Estación Espacial
Internacional (EEI). Como corresponde a un fiel musulmán
Mushafar, médico cirujano de profesión conocido por su
pietismo, aseguró que va a intentar cumplir con los cinco
rezos y el ayuno de Ramadán (siguiendo el horario de
Kazajstán), si bien la ley musulmana (pragmática como pocas
y más amoldable de lo que parece) anula temporalmente y si
es necesario este precepto durante los viajes, siempre que
los días “perdidos” se recuperen más tarde. Buen vuelo… y
feliz aterrizaje.
El primer musulmán por cierto en cumplir el sueño espacial
fue un árabe, el príncipe Sultán Ben Salman Ben Abdelaziz
al-Saud, nieto del emir fundador de Arabia Saudí. Piloto de
caza, el príncipe Sultán (nacido en 1956) alcanzó el espacio
exterior el 14 de junio de 1985 a bordo del mítico
transbordador espacial “Discovery” de la NASA, participando
en la puesta en órbita del satélite de comunicaciones “Arabsat”.
Sincero musulmán, Sultán Ben Salman reza ritualmente sobre
su alfombra antes de subir a bordo y lee unos versículos del
Sagrado Corán: “Hemos hecho del cielo una bóveda protegida.
Pero ellos se desvían de sus signos. Alá es el que creó la
noche, el día, el sol, la luna. Cada uno de ellos navega en
una órbita” (Azora 21, Los Profetas, “Al-Anbiyáa”, aleyas 32
y 33).
En el plano local y saltando por encima, como si fuera
boñiga, de la “milagrosa” aparición en este preciso momento,
en Ceuta, del BMW blindado utilizado por el también
oportunamente “suicidado” Chino (vehículo, a estas alturas,
“net y pulit” de huellas extrañas por si acaso), permítanme
echar una mirada reflexiva sobre la retención ayer de un
acaudalado ciudadano ceutí, “Mesquini” (por emplear su
patronímico), socorrido con presteza por significados
funcionarios (la lista es llamativa) que enseñaron la
pensionada oreja cuando, pruebas periciales en mano,
demostraban ya caída la noche su inocencia en el escabroso
asunto de las perdigonadas recibidas por un joven militar de
26 años, Z.A.A. Para mí que el asunto habría que encuadrarlo
en una vulgar y chapuzera maniobra de presunta extorsión,
sin más. Los que se habrán quedado de una pieza al enterarse
habrán sido un conocido trío de comensales que, al marinero
sabor del salitre, almorzaron horas antes en el conocido y
farero restaurante propiedad del falsamente imputado “Mesquini”.
Entre lo uno y lo otro, los “fontaneros” expertos en
intoxicación deberían caer en la cuenta de que algunos en
Ceuta, ciudad querida, hace tiempo que fuimos destetados y
ya no nos chupamos ni el dedo. Al loro pues y, si hace
falta, ¡a mamarla!.
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