La muerte de Antonio Puerta
ha propiciado que se debata en Telecinco los posibles
errores que impidieron salvarle la vida al joven futbolista
sevillano. Quien está en posesión de la palabra ha de gritar
porque los demás participantes le impiden que hable con
normalidad y, por tanto, todos los intervinientes braman. De
forma que el espectáculo moderado por Jordi González alcanza
momentos denigrantes para el caso debatido.
Lo lamentable es que entre los interlocutores haya dos
profesionales de la medicina que también causan bochorno.
Más incluso que los periodistas que están en el plató.
María Ángeles Grajal y Alfonso Cabeza tiran de La
Noria y se hacen notar por sus rebuznos. No me extraña,
pues, que el Defensor del Paciente haya pedido a los
dirigentes de la televisión que dejen tranquilo al fallecido
y, sobre todo, que no emitan vídeos médicos del jugador.
Aunque es verdad que la muerte de Puerta ha servido para que
cunda la alarma entre los deportistas. Y, claro, los
cardiólogos del deporte demandan reconocimientos más
frecuentes y exhaustivos. Si bien éstos reconocen que las
miocardiopatías que predisponen a un episodio como el del
futbolista AP suelen cursar de forma silente. Y la primera
manifestación de muchas de ellas es la muerte súbita.
Recomiendan los especialistas, sin embargo, estar atento a
ciertos signos que han de alertar a los deportistas, a sus
familias y a sus clubs. Hablan de mareos, dolor torácico,
palpitaciones, sudoraciones, vómitos, desmayos... Porque
deducen que no es normal que alguien pierda el conocimiento
mientras hace deporte; sobre todo si se trata de un
profesional. Y, desde luego, insisten en que es vital el
reconocimiento deportivo idóneo.
Quienes han vivido el fútbol profesional, saben
perfectamente que la dejadez en los chequeos ha sido la nota
predominante. Los controles médicos han sido de chicha y
nabo. Con el paso de los años no cabe la menor duda de que
las mejoras han sido evidentes. Pero tales mejoras priman en
los equipos grandes. Y a veces ni en ellos. Por
consiguiente, nadie deberá molestarse si yo digo que en las
categorías inferiores muchos jugadores están exponiendo la
vida constantemente.
Con su vida jugaba un futbolista de la Agrupación Deportiva
Ceuta que era un preferido de su afición. Me tocó a mí darme
cuenta de que presentaba síntomas palpables de no estar en
condiciones de competir. Mostraba un cansancio fácil.
Respiraba mal. Su color era cada vez más ceniciento y su
rendimiento iba de mal en peor porque pocos días se
encontraba con arrestos para entrenarse bien.
Jugábamos en Jaén. En el antiguo campo de la Victoria. Era
invierno y reinaba el frío. Los jugadores se calentaban en
el césped y noté que me faltaba uno de los titulares.
Me dijeron que se había quedado en el vestuario con un
malestar del cual nadie sabía nada. Acudí presuroso a verlo
y lo hallé hecho una piltrafa. Le propuse no jugar. Pero él,
muy entregado a la causa, dio un paso al frente. Su
rendimiento fue ínfimo.
Hablé con él y con los directivos, nada más finalizar el
partido, para que visitase a un cardiólogo. Al día
siguiente, el futbolista, además de negarse a ser
reconocido, decía que yo la tenía tomada con él. Pasado un
tiempo, hubo de ser operado de corazón deprisa y corriendo.
¿Tomaba anfetaminas?...
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