Es sábado. Día 6. Faltan veinte
minutos para las doce de la mañana. Estoy en la calle Real.
A la altura del edificio número 90. Delante de mí camina un
hombre. Lleva las dos manos ocupadas. Con una mantiene el
teléfono portátil pegado al oído; supongo que irá hablando
con alguien. Puesto que no es la primera vez que uno se
tropieza con personas que simulan llamadas con el fin de
hacerse notar. Y hasta levantan la voz para que los
viandantes se percaten de lo importantes que son. No creo
que sea el caso de Juan Luis Aróstegui. Que lleva un
periódico local en la otra mano. Un periódico cuyo
propietario solía decir, no sé si habrá cambiado de opinión,
que con JLA resultaba fácil negociar cualquier cosa porque
siempre respondía.
El político del PSPC va vestido como siempre; es decir,
dando el cante del descuido acicalado. Luce pantalones
vaqueros de marca, raídos y ya casi sin color. Viste
camiseta oscura y calza zapatillas de deportes. Las gafas de
sol le cubren el careto de estructura vasca. Se le nota, a
la legua, por su forma de andar que dirige sus pasos hacia
un sitio donde le espera una multitud. Una multitud que se
ha congregado, desde hace ya dos horas, frente a la fachada
principal del Ayuntamiento. Allí los miembros de las Fuerzas
y Cuerpos de Seguridad no dan abasto para imponer la calma.
Dicen que la masa está alterada porque desea que su líder
aparezca cuanto antes en el sitio donde se va a celebrar un
acto ansiado desde hace ya la tira de tiempo.
No me extraña, pues, que le haya sonado el teléfono portátil
y que la llamada sea de uno de los asesores de Juan Luís
Aróstegui para advertirle de que si no se presenta,
inmediatamente, en el lugar elegido para quemar un ejemplar
del Estatuto de Autonomía, los innumerables ciudadanos
congregados en la avenida de Sánchez-Prado pueden
montar un cirio jamás visto.
-Vente para acá, Juan Luís, que la gente que abarrota la
plaza de África y toda la avenida de Sánchez–Prado no cesa
de corear tu nombre y empieza a cundir el nerviosismo.
Es mi momento, piensa el dirigente localista de un partido
cuyas siglas han obtenido durante años y años, la confianza
de un pueblo que no sabría qué hacer sin verse incitado por
una cabeza tan preclara y ejemplar. Habrá de pasar mucho
tiempo antes de que vuelva a nacer alguien con una
imaginación tan extraordinaria como necesidad tiene de que
ésta le sea controlada. Ya que cuando Aróstegui decide tocar
a rebato los ciudadanos le responden aun a costa de
abandonar sus deberes todo el tiempo que él les exija.
Las manifestaciones requeridas por el también secretario
general de CCOO son demoledoras para las autoridades. Todas
ellas, cuando tales movimientos se suceden, se ponen a
tiritar como si estuviesen desnudos al aire libre y
soportando un viento helador. La manifestación del sábado,
la llamada de los habitantes para quemar el estatuto
autonómico, fue un clamor.
La gente gritaba iracunda contra Vivas, contra
Gordillo y contra el delegado del Gobierno. Ardían los
contenedores y ondeaban las banderas en los balcones de las
viviendas propiedad del Ministerio de Defensa. Y lo peor de
todo, para PSOE y PP, sin duda, fue ver cómo los telediarios
de la tarde no se cansaban de ofrecer la imagen de un
político vitoreado por la muchedumbre, Juan Luis Aróstegui,
mientras quemaba el estatuto.
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