“Cuando en el circo presentas algo bueno es muy raro que
fracase”, asegura Miguel Álvarez, director general y
funambulista del Circo Sensaciones, que tal vez por eso va a
estar una semana más entre los ceutíes. Ellos, la gente del
llamado mayor espectáculo del mundo, saben que lo que
funciona es “el boca-oído”.
“Si no es buena llenarás los dos primeros días”, afirma
Miguel Álvarez; pero este no parece que haya sido el caso
del Circo Sensaciones, que amplía su estancia en Ceuta siete
días más gracias a la buena acogida, con funciones el
jueves, viernes, sábado (17:00 y 19:30) y domingo (12:00,
17:00 y 19:30).
Era la primera vez que el Circo Sensaciones recalaba en
Ceuta y los hermanos Álvarez, Miguel y Antonio –almas mater
del espectáculo–, lo tienen claro. “La acogida ha sido muy
buena”, comenta Miguel, a quien encuentro sentado a la
entrada de la pista, ahora vacía y sin luces, “vienen de
todo, desde parejas, a niños y adolescentes”.
“¿Los niños con los padres son fundamentales?”, le pregunto,
y él corrige que el “circo no es sólo para niños; tienes que
tener una función que sea incluso más para mayores, porque
el niño no sabe si el trapecista se la está jugando a 14
metros de altura, si hay un triple mortal...”.
“Muchas veces la excusa es el niño”, continúa, “pero es
realmente el padre el que quiere ir para recordar viejas
sensaciones”.
Al saber que el que suscribe es de Santander, me recuerda
con entusiasmo a los hermanos Tonetti y su Circo Atlas, de
quien Miguel era gran amigo –ya fallecidos–. Precisamente
ellos decían que mientras haya niños “será una excusa para
que vengan los padres”, me recuerda este afamado
funambulista.
La biografía de los hermanos Álvarez esta teñida de ese
romanticismo nómada circense. Romántico, sobre todo, porque
son una especie en extinción –”te digo una cosa, esto lo
tienes que llevar en la sangre”–, si bien Miguel opina que
está habiendo un relanzamiento del circo en España, “en
otros países de Europa no ha habido crisis”, explica.
Los hermanos Álvarez son parte de una generación circense
que se remonta a su tatarabuelo asturiano –son sevillanos de
origen astur–, Arsenio Blondín Álvarez, el primero en cruzar
sobre una cuerda floja las Catarátas del Niágara, en 1882.
“Desde niños hemos mamado el circo”, aunque en 1978 se
guardase la carpa de los Álvarez en un baúl. Ambos
funambulistas dieron entonces sus servicios a los mejores
circos del mundo.
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“Da pena que los papás no lleven a los niños, enganchados a
la Play”
“Recuerdo que de niño siempre le
estaba pidiendo a mis padres que me llevasen al circo, pero
ahora les vuelven locos por una Play-Station”, le comento a
Miguel Álvarez. “Ése es el hándicap”, responde rápidamente,
“es una pena muy grande que muchos papás no saquen a los
niños a ver la naturaleza o espectáculos en vivo como el
circo y que estén enganchados a la Play o al ordenador,
porque cuando tengan 10 años no van a estar muy
espabilados”. “Las carpas antes eran enormes”, recuerda,
“ahora hay un problema de espacio con la construcción, sólo
hay pocas ciudades en España con circos fijos”. A pesar de
todo ello, “es una vida que no cambiaría por la de nadie”,
dice Miguel con orgullo, “conoces continuamente gente, como
contigo ahora”.
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