El universo que da vida a los
secretos siempre me ha fascinado. De entre todos, me quedo
con el secreto de la felicidad, avivado por el escritor ruso
Tolstoi, consistente no en hacer siempre lo que se quiere,
sino en querer siempre lo que se hace. Algo semejante debió
pensar Sanidad y Consumo que decidió poner en marcha un
divertimento estético, entre lo ético y lo moral si se
quiere, un concurso escolar para prevenir el consumo de
drogas entre niñas y niños de 10 a 12 años. El título no
puede ser más sugestivo: “El secreto de la buena vida”; un
juego multimedia en el que participan más de 1.000 colegios,
86.500 escolares y 7.500 maestras y maestros que, en su
segunda edición, incorpora como novedad recomendaciones para
los padres sobre la forma de abordar el fenómeno de las
drogas con sus hijos.
Sin duda, el secreto de la buena vida lleva inherente la
buena salud, o lo que es lo mismo, ausencia de enfermedad y
presencia de realizaciones de la persona. Podríamos
manifestar que todo se resuelve en una palabra: armonía.
Cuando en la persona vive lo armónico, resuelve para sí y
para los que viven con él, el secreto de la buena vida.
Quizás lo más fundamental sea vencer el encerramiento
individualista y vivir para los demás. Seguro que ahí radica
el secreto de la sabiduría, del conocimiento, en la humildad
de hacer humanidad. No olvidemos que el ser humano es un
todo en una parte del universo, con sus venas físicas,
psíquicas, emocionales. La honestidad y el juego limpio,
está comprobado que nos mejora y que mejora la vida.
Volviendo al programa de Sanidad y Consumo, refrendo la
necesidad de implicar a los padres en todo. Cuestión
bastante difícil de llevar a buen término si nos guiamos de
informes que colean sobre la infancia y la adolescencia en
España, que revela la alarmante falta de comunicación entre
progenitores y descendientes. Los menores delatan ausencia
de confianza en su ambiente familiar y carencia de figuras
de apoyo. Y demuestran que uno de los problemas más
frecuentes a los que se enfrentan deriva de la mala relación
entre sus padres. Cuando la discordia se traga la concordia,
la saludable vida también se va al traste, si además frente
a una nueva vida suscitada se actúa con irresponsabilidad,
complicado lo tenemos para llegar al estético equilibrio. El
número de jóvenes que crecen sin familia se ha multiplicado
y sus efectos nocivos, por tal abandono, causa dolores
interminables. Por desgracia, el mundo de las adicciones, al
que acuden como catarsis adolescentes en batallón, se traga
todas las sonrisas de la buena vida.
En todo caso, es de justicia que este Ministerio, y
cualquier otro poder del Estado, intervengan para que la
armonía sea un valor en alza, sobre todo en esa creciente
multitud de niños huérfanos de padres vivos. No menos
entusiasmo hace falta inyectar a esas riadas de pasivos
padres para con sus hijos, que sólo piensan en producir y
disfrutar. A mi juicio, el secreto de la buena vida nos lo
hemos cargado, a pesar de tanto vocerío de aparente
bienestar.
La mujer sigue siendo un objeto para el hombre como lo
demuestra la violencia de género que soportamos actualmente.
Con demasiada frecuencia, también los hijos son un obstáculo
para los padres. Nos hace falta, desde luego, saborear el
secreto de la auténtica buena vida, que pasa por acudir al
secreto de la genialidad (conservar el espíritu del niño
hasta la vejez), por no sentirse perdido, sino acompañado;
por no hallarse con el veneno del egoísmo, sino con la
solidaridad.
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