Un frustrante trabajo, por lo
fallido, previsto para el anterior fin de semana en “El
Pueblo” de ustedes y mío hicieron inviable, tras una
recalada familiar en Casablanca, bajar hasta la zona de
Tarfaya donde había sido invitado para asistir, entre el 30
de septiembre y hasta el 2 de octubre, al festival de “Las
Noches Musicales de cabo Juby”, con el que se pretende
homenajear a Saint Exupéry, aquél romántico de la aviación
desaparecido a bordo de su “caza” en las aguas del
Mediterráneo en la II Guerra Mundial y autor, además de “El
Principito”, de una obra clásica del género: “Vuelo
Nocturno”. Decía el novelista francés que “solo se ve bien
con el corazón, lo esencial resulta invisible a los ojos” y
mi idea, al pretender alcanzar estos días Cabo Juby (agua y
arena) era dejar, una vez más, dejar fluir mi ser antes de
embarcarme hacia nuevos horizontes. Como cantaba “El
corrido” mexicano, “Cuatro caminos hay en mi vida, cuál de
los cuales será el mejor, tú que me miras llorar de angustia
dime paloma por cual me voy”.
El Sáhara, marcado físicamente en mi piel desde los albores
de la adolescencia no ha dejado -como la Yebala o el Rif-
indiferente desde entonces la agitada biografía de mi
existencia. Como español, no es ni puede serme indiferente
el devenir inmediato de esas tierras a las que dejamos
abandonadas a su suerte y que, paso a paso, van camino de
incluirse -confío en que bajo una generosa autonomía-
internacionalmente hablando en el Reino de Marruecos. Al fin
y al cabo, la pactada “Marcha Verde” (con implícito apoyo
norteamericano) tuvo también efectos colaterales
beneficiosos para España: el abordaje por las FAR marroquíes
del Sáhara Occidental (militarmente estabilizado gracias a
dos factores: uno externo, la caída de la Unión Soviética y
otro interno, la construcción del famoso “muro” durante
varias fases, dotado con moderna tecnología israelí y
generosamente financiado por el “wahabismo” saudí) tuvo, no
obstante, efectos colaterales beneficiosos para España y
nuestras (de momento) Islas Canarias: las nuevas “Provincias
del Sur” supusieron un freno, no solo a los intereses
argelinos por acceder de forma interpuesta al Atlántico
sino, también y a su lomo, la retórica abiertamente
independentista (aunque logísticamente en ciernes) del
terrorista MAPIAC de Cubillo.
Todavía hoy, diferentes organizaciones de matriz beréber (o
“amazigh”) compiten geopolíticamente con el famoso mapa del
viejo El Fassi en incluir a las “Islas Afortunadas” en un
presunto “país beréber” que englobaría, hasta Egipto, gran
parte de las tierras del Magreb oponiéndose a la
“arabización” de las mismas. De ello pueden sacarse tres
lecturas: por un lado, la sociedad beréber es un freno a la
expansión (en Argelia, Marruecos…) del islamismo insurgente
o político (las pasadas elecciones del 7 de septiembre son
una buena muestra); por otro, constituyen un freno a la
pretendida “Unión del Magreb Árabe”; finalmente, el
movimiento “amazigh” constituye el embrión de un futuro
modelo territorial.
En cuanto al Sáhara y como veremos mañana, desde Rabat se
siguen al detalle los plausibles movimientos del juez Garzón
contra conocidos dirigentes “polisarios” afincados en
España.
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