Vivir en sociedad ha sido siempre
muy difícil para los hombres. De ahí que las diferencias
fueran siempre dirimidas a muerte. Menudo trabajo les dieron
a los dioses. Prometeo, por ejemplo, trató de montar
el tinglado de la primera civilización humana, pero el mito
terminó llorando su fracaso con desconsuelo. Pronto
intervino Zeus, quien por medio de Hermes,
recurre al arte político, o sea, que intenta colocar en el
corazón de cada uno el pudor y la justicia. Así se van
fundamentado las ciudades humanas.
El arte político, por supuesto, necesitaba de las leyes. Lo
cual despierta la curiosidad de Herodoto, como más tarde la
de Montaigne, y le inclina ya a un cierto escepticismo. Y en
cuanto consigue un mejor conocimiento de la diversidad
humana, vista con espíritu positivo, afirma que todas las
instituciones de los hombres son relativas. Y tarda muy poco
en expresar con humor cómo protestan con igual indignación
griegos requeridos a devorar a sus padres muertos, e indios
antropófagos invitados a incinerarlos.
Semejante situación hace que Protágoras no sólo
reconozca esta diversidad, sino que obtiene argumentos de
ella para defender la ley. Y lo expresa de la siguiente
manera: “Cualesquiera que sean las cosas que se muestran a
cada ciudad como justas y buenas, continúan siendo para la
Ciudad justas y buenas durante el tiempo que ésta conserve
tal opinión”. Protágoras, en lugar de admitir que la ley
pierde su valor por no ser universal ni eterna, piensa,
dándole vuelta al problema, que su valor proviene de ser la
expresión del acuerdo de una comunidad que, después de
haberla formulado, debe hacerla prevalecer constantemente
como una conquista sobre la ignorancia o el capricho. De
aquí la importancia de la educación cívica. La Ciudad forma
a sus ciudadanos; y la ley, cesando de presentarse como un
valor dado, adquiere el prestigio de los valores
conquistados.
Lo reseñado me sirve para comprender mejor el problema de
los inmigrantes, entre otros. Es decir, de las personas que
se han establecido en un país donde existe una cultura
diametralmente opuesta a las suyas. Partamos de la base de
la definición de cultura que nos hace Ortega y
Gasset: “conjunto de ideas y creencias desde el cual
cada tiempo vive”. Cualquier lector de medio pelo sabe
perfectamente que el burka, prenda que cubre a las mujeres
de la cabeza a los pies, llegó a Afganistán mucho antes que
los talibanes, e incluso antes que el islam, y que no ha
desaparecido con la expulsión de éstos de Kabul o de
Kandahar. Sigue en buena parte vigente, porque estaba ahí
antes. La práctica de la ablación del clítoris,
esencialmente en una parte de África, poco tiene que ver con
la religión musulmana y precede al nacimiento de Mahoma.
Pero ahí sigue y refleja que ciertas formas del islam se han
fusionado con las tradiciones más arcaicas que existen (como
en su día el cristianismo y otras religiones).
Resumiendo: por más que los medios de comunicación lleguen
hasta los lugares más recónditos dispuestos a globalizar el
mundo y a homogeneizar la cultura, lo que se esta
produciendo es el efecto contrario: un despertar de las
diferencias acompañadas de una violencia extrema, en
ocasiones. Lo que viene ocurriendo ya, con sumo peligro
desestabilizador, en innumerables barriadas de las ciudades.
En Ceuta, sin embargo, el milagro de la convivencia se debe
a las afinidades existentes entre ciudadanos de costumbres
diferentes.
|