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OPINIÓN - MARTES, 2 DE OCTUBRE DE 2007

 

OPINIÓN / EL OASIS

Las afinidades de Ceuta
 


Manolo De la Torre
manolodelatorre@elpueblodeceuta.com
 

Vivir en sociedad ha sido siempre muy difícil para los hombres. De ahí que las diferencias fueran siempre dirimidas a muerte. Menudo trabajo les dieron a los dioses. Prometeo, por ejemplo, trató de montar el tinglado de la primera civilización humana, pero el mito terminó llorando su fracaso con desconsuelo. Pronto intervino Zeus, quien por medio de Hermes, recurre al arte político, o sea, que intenta colocar en el corazón de cada uno el pudor y la justicia. Así se van fundamentado las ciudades humanas.

El arte político, por supuesto, necesitaba de las leyes. Lo cual despierta la curiosidad de Herodoto, como más tarde la de Montaigne, y le inclina ya a un cierto escepticismo. Y en cuanto consigue un mejor conocimiento de la diversidad humana, vista con espíritu positivo, afirma que todas las instituciones de los hombres son relativas. Y tarda muy poco en expresar con humor cómo protestan con igual indignación griegos requeridos a devorar a sus padres muertos, e indios antropófagos invitados a incinerarlos.

Semejante situación hace que Protágoras no sólo reconozca esta diversidad, sino que obtiene argumentos de ella para defender la ley. Y lo expresa de la siguiente manera: “Cualesquiera que sean las cosas que se muestran a cada ciudad como justas y buenas, continúan siendo para la Ciudad justas y buenas durante el tiempo que ésta conserve tal opinión”. Protágoras, en lugar de admitir que la ley pierde su valor por no ser universal ni eterna, piensa, dándole vuelta al problema, que su valor proviene de ser la expresión del acuerdo de una comunidad que, después de haberla formulado, debe hacerla prevalecer constantemente como una conquista sobre la ignorancia o el capricho. De aquí la importancia de la educación cívica. La Ciudad forma a sus ciudadanos; y la ley, cesando de presentarse como un valor dado, adquiere el prestigio de los valores conquistados.

Lo reseñado me sirve para comprender mejor el problema de los inmigrantes, entre otros. Es decir, de las personas que se han establecido en un país donde existe una cultura diametralmente opuesta a las suyas. Partamos de la base de la definición de cultura que nos hace Ortega y Gasset: “conjunto de ideas y creencias desde el cual cada tiempo vive”. Cualquier lector de medio pelo sabe perfectamente que el burka, prenda que cubre a las mujeres de la cabeza a los pies, llegó a Afganistán mucho antes que los talibanes, e incluso antes que el islam, y que no ha desaparecido con la expulsión de éstos de Kabul o de Kandahar. Sigue en buena parte vigente, porque estaba ahí antes. La práctica de la ablación del clítoris, esencialmente en una parte de África, poco tiene que ver con la religión musulmana y precede al nacimiento de Mahoma. Pero ahí sigue y refleja que ciertas formas del islam se han fusionado con las tradiciones más arcaicas que existen (como en su día el cristianismo y otras religiones).

Resumiendo: por más que los medios de comunicación lleguen hasta los lugares más recónditos dispuestos a globalizar el mundo y a homogeneizar la cultura, lo que se esta produciendo es el efecto contrario: un despertar de las diferencias acompañadas de una violencia extrema, en ocasiones. Lo que viene ocurriendo ya, con sumo peligro desestabilizador, en innumerables barriadas de las ciudades. En Ceuta, sin embargo, el milagro de la convivencia se debe a las afinidades existentes entre ciudadanos de costumbres diferentes.
 

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