Decía el novelista y político
francés André Malraux, en el siglo pasado, que la cultura es
lo que, en la muerte, continúa siendo la vida. Una
existencia vital que, por cierto, necesitamos vivirla
humanamente y beberla sorbo a sorbo en sociedad para que el
árbol humano no se seque. Todo esto lo único que hace es
subrayarnos la necesidad de avivar el culto a la cultura,
sin obviar lo que hemos sido, puesto que contribuirá a
renovar nuestras habitaciones interiores, aquellas que
conforman las culturas, la comprensión del hombre y de la
mujer, de la familia y de la educación, de la escuela y de
la universidad, de la libertad y de la verdad, del trabajo y
del descanso, de la economía y de la sociedad, de las
ciencias y de las artes. Se trata, pues, no sólo de injertar
la cultivada España en las culturas actuales que aspiran a
una España cultivada, sino también de devolver generosamente
las ganas de vivir, los deseos por crecer hacia adentro, a
un territorio y a unas gentes desorientadas, que se
avergüenzan hasta de sus raíces cristianas. Ya me dirán cómo
se sostiene un árbol sin raíces. Sin duda, juega un vital
papel, la toma de conciencia de la dimensión cultural,
inherente a toda existencia humana, ya que es indispensable
para que espiguen diálogos respetuosos, fruto de una
conciencia ética y de un sentido cívico.
Creo que el futuro del ser humano va a depender muy mucho de
la semilla cultural, de sus hábitos y prácticas culturales,
de sus modos y maneras de cultivar la cultura. En este
sentido, a tenor de las últimas encuestas realizadas sobre
este tema en España por parte de las administraciones con
etiqueta cultural, todo parece indicarnos que los ámbitos
culturales de mayor interés para la población española,
radican en la música, sorprendentemente en la lectura y el
cine. Nos alegra, además, que sean los jóvenes los que
manifiestan una participación cultural más alta,
prácticamente en todas las esferas culturales.
En efecto, desde siempre las diversas culturas y máxime la
cristiana, han expresado el gozo por la vida, su acción de
gracias y su alabanza con músicas, cánticos e himnos. La
raíces bíblicas, por ejemplo, mediante las palabras del
salmista, exhorta a los peregrinos llegados a Jerusalén a
cruzar las puertas del templo alabando al Señor “tocando
trompetas, con arpas y cítaras, con tambores y danzas, con
trompas y flautas, con platillos sonoros”.
Precisamente, aquí en España, el mayor corpus musical es el
dejado por los monjes de los monasterios, catedrales,
colegiatas. Festivales como el de Música Contemporánea de
Alicante, que muestra y promueve la creación musical
contemporánea; la semana de música religiosa de Cuenca, con
una marcada personalidad de buen gusto como consecuencia de
su alta especialización musical y la enorme riqueza
patrimonial que la envuelve; el festival internacional de
música y danza de Granada, siempre sorprendente en un marco
incomparable; El Festival Internacional de Santander que
nació de la necesidad de dar una oferta cultural a los
estudiantes extranjeros…; y tantos otros festivales
repartidos por toda la geografía nacional, nos acercan a ese
universo invisible de los sonidos en su estado más armónico.
Aparte de que la vida, sin notas musicales, sería un
fastidio; resulta que cultivarla es una buena manera de
llegar directamente al corazón de las gentes. Nos alegra, en
consecuencia, que las raíces melódicas, lejos de secarse
entre los españoles, tomen vida en lo que es la vida diaria.
Sobre la lectura, también nuestras raíces cristianas
recomiendan acompañar las oraciones con la lectura de la
Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y
el hombre; porque “a Él hablamos cuando oramos, y a Él oímos
cuando leemos las palabras divinas”.
Ojalá seamos personas leídas de la cultivada España, para
que la España cultivada, se acreciente y no quepan
exclusiones. Desde luego, la lectura –como apunta el actual
plan estatal- es una herramienta fundamental en el
desarrollo de la personalidad, pero también lo es de
socialización como elemento esencial para convivir en
democracia y desenvolverse en la sociedad de la información.
El ejercicio de la lectura, en suma, es tan saludable como
el ejercicio físico para el cuerpo, dialogamos con el
tiempo, con todas las edades y todos los espacios,
convivimos con las ideas y vivimos con la reflexión. La
clave nos la dejó santa Teresa: “Lee y conducirás, no leas y
serás conducido”.
Por lo que se refiere al cine, también facilita la capacidad
de promover el cultivo del crecimiento personal, cuando los
ingredientes del guión llevan al hombre a la elevación
estética. Soñar es la tarea ornamentalmente cinéfila más
deseada. Así, el arte cinematográfico cuando lo es en
verdad, se convierte en una semilla ejemplarizadora, lo que
hace crecer aquello que él mismo cultiva a través de las
diversas escenas, el respeto a los valores que enriquecen el
espíritu humano.
Por ello, es otro signo saludable para el cultivo cultural
que el Instituto de la Cinematografía y de las Artes
Audiovisuales, así como otras instituciones, trabajen duro
por fomentar, promocionar y ordenar las actividades
cinematográficas y audiovisuales españolas en sus variados
aspectos de producción, distribución y exhibición; de
recuperar, restaurar, conservar, investigar y difundir el
patrimonio cinematográfico.
Que la juventud apueste por la cultura es también una buena
noticia. Lo es, porque el futuro les pertenece y es el
momento de cultivar la sabiduría. Sería torpe no reconocer
que existen cultivos actuales que son verdadera plaga de
desequilibrios humanos, que militan con fuerza
descubrimientos científicos no plenamente controlados, que
imperan actitudes que nos recuerdan barbaries pasadas. Hace
falta una cultura que imprima valor a la aventura humana,
que nos haga valer el espíritu humano sobre todo lo demás.
Ni las adicciones, ni volver a la selva, pueden llenarnos el
vacío de cultura estética que sufrimos. La cultivada España
para unos o la España cultivada para otros, en conclusión,
ha de coincidir en que sólo la fascinación por la belleza,
nos hará ver una existencia hermosa y digna de ser vivida.
La locura de la cruz, de la que habla san Pablo (cf. 1 Col
1, 18), es una sabiduría y una fuerza que superan todos las
barreras culturales, puesto que puede enseñarse a todas las
naciones y a todas las culturas.
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