Hay personas que nada más verlas
me hacen recordar, inmediatamente, la llegada del GIL a la
ciudad y la trama que montó para dejarla maltrecha en todos
los aspectos. Fue una etapa en la que Ceuta, debido a sus
representantes locales, estaba en una situación poco airosa.
Y a los problemas eternos, o sea, los de su desconocimiento
y la falta de consideración que se le tiene, en bastantes
ocasiones, se le sumaron los que acarreaban las huestes de
Jesús Gil, acaudilladas por un hombre de paja, llamado
Antonio Sampietro.
Verdad es que la invasión de todos aquellos aventureros de
la política, procedentes de la ya entonces desventurada y
desprestigiada Marbella, se produjo gracias a la ayuda de
personajes ceutíes que estaban lampando por medrar en la
vida pública. Aun a costa de permitir que se instalara aquí
lo más parecido a un patio de Monipodio. Tales personajes,
casi todos, eran, para más inri, nacidos esta tierra.
En ocasiones, cuando me topo de frente con el andar cansino
de Manolo de la Rubia, verbigracia, dejando ver una
expresión de melancolía por no disfrutar ya de una situación
poderosa alcanzada como gilista, siento unos deseos
irrefrenables de compadecerme de él. Y hasta me dan ganas de
pedirle a mis lectores que se unan a mis súplicas a fin de
que el Señor le conforte de su irreparable pérdida.
Mas pronto se me viene a la memoria lo mucho que sufrieron,
en su día, Mohamed Chaib y Mustafa Mizzian, por defender a
ultranza, las posiciones del Partido Popular. Y, claro, se
me enfrían mis ánimos solidarios. Aunque Manolo de la Rubia
nunca estará huérfano de aliento mientras que viva su amigo
del alma.
Sí, hombre, el que tanto alardeaba de visitar el despacho de
De la Rubia; de quien decía que era la cabeza mejor
amueblada del gobierno del GIL. Habrá que preguntarle a
Emilio Cózar, presidente de la Federación de Fútbol de
Ceuta, si él ya estaba afiliado al PP y si fue su amigo el
que le colocó a su pariente en sitio de poco trabajo y mucho
dinero o tuvo que ver algo la intervención decisiva, de
Mohamed Chaib.
Válgame, pues, tan largo introito, como soporte para
referirme, ahora, a Francisco Márquez, responsable del área
de Vivienda de los populares. Y que otrora fue un firme
valladar del GIL. Un gerifalte en un partido en el cual le
permitieron hacer lo que, por lo visto, más le gusta:
participar en la política activa y echarse a la espalda
funciones importantes.
En principio, les diré que yo no conozco a este consejero de
nada. Ni jamás hablé con él. He oído, eso sí, que es persona
muy preparada y válida. Y uno, por supuesto, no tiene por
qué no creerlo. No obstante, me choca que Francisco Márquez,
en declaraciones a este periódico, se ufane de pertenecer al
PP: “Es un orgullo pertenecer a un partido que siempre
cuenta con Ceuta para todo”.
Y me choca, sin duda, no porque yo ponga en duda los
sentimientos declarados por el consejero de la Vivienda, ni
tampoco que el PP tenga en todo momento a Ceuta en sus
pensamientos, sino porque esas palabras las repitió, muchas
veces, cuando proclamaba que el GIL era el partido que Ceuta
necesitaba para salir de su atraso. Debido al olvido al que
la tenían sometida los dos partidos principales. He aquí
otra persona que me recuerda al GIL.
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