Parece que fue ayer cuando Su
Majestad el Rey “nombraba” presidente del Gobierno a un
abulense de Cebreros, Adolfo Suárez González.
Era la sorpresa del recién comenzado verano de 1976, ocho
meses después de la muerte de Franco, y casi nadie hubiera
apostado por él.
Había “vacas sagradas” con más nombre, que estaban en las
quinielas de los especuladores de la prensa y que tenían más
papeletas, aparentemente, para ser sucesor de Carlos Arias.
El Rey optó por algo nuevo, pero que no procedía de la
calle, sino que conocía igual, o mejor, que cualquiera, los
entresijos del régimen que poco a poco iba declinando.
Suárez era entonces un hombre joven, con muchas
posibilidades por delante y con una buena parte de su vida
metido en el régimen, en cargos de responsabilidad y en los
organismos más significativos de la política de aquellos
años.
Su labor era dura, tenía que desmontar el sistema desde
dentro y para ello las propias Cortes franquistas tendrían
que hacerse el “hara kiri”. Tuvo habilidad, tuvo intuición
y, aunque dentro tenía más detractores que fuera, con él se
vivieron los años más ilusionantes de la democracia, tras el
régimen de Franco.
Había una lacra, no lo podemos olvidar, una lacra que aún no
ha terminado, el terrorismo de ETA, y aún así logró una
serie de objetivos muy importantes: convocar a Cortes, antes
de un año, desde que fue nombrado presidente, ganar por dos
veces las Elecciones Generales, conseguir que se elaborara
una Constitución moderna y reconocer, ¡¡ lo que son las
cosas!!, al mismísimo Partido Comunista de Santiago
Carrillo.
Todo este bagaje debería ser suficiente para que Adolfo
Suárez pasara a la historia, como un gran estadista, amante
del consenso, dialogante y con buen tino para las
necesidades del país.
El terrorismo y los sueños de utopías de algunos le
machacaron y un día, sin aspavientos, con cortesía y con la
hombría de todo un caballero, se fue.
En su semblante se denotaba que algo serio le había forzado
a dar ese paso. El no dio pistas, no dio nombres y
prevaleció el interés del país a los intereses de partidos o
de personas de partido.
Hace un par de días Adolfo Suárez ha cumplido 75 años. Una
dura enfermedad le tiene atrapado desde hace varios años.
Hoy Suárez no sabe donde vive, no sabe donde está, en su
mundo debe ser feliz, pero una felicidad que él no buscaba y
así no la merecía, aunque sea una felicidad que no pudo
disfrutar en sus años de presidente, porque no hemos tenido
un presidente más honrado en los años que llevamos de
democracia, tras la muerte de Franco, y sin embargo no ha
habido ningún presidente que haya sido más atacado
injustamente que Adolfo Suárez.
Quienes le conocimos, por aquello del paisanaje, antes de
ser presidente, disfrutamos por su nombramiento, sufrimos
con los ataques que se le lanzaron desde todos los frentes,
incluso desde su propia UCD, y ahora, lo único que podemos
hacer por él es recordarle con cariño, y pedir, en nuestras
oraciones, para que esa enfermedad no le haga sufrir tanto
como le hicieron sufrir muchos de sus correligionarios.
Tuvo pocos, pero buenos, amigos, muchos se acercaron a él
para intentar sacar algo, pero nunca se vendió al mejor
postor.
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