Soy consciente de la tremenda inocencia que padecimos en
nuestra infancia y parte de la juventud en referencia a la
vida política de nuestro país. Lo de la infancia puede ser
que pase, ningún niño en su sano juicio iría a meter sus
naciditas en el mundo cruel de la política, menos aún cuando
entonces se estilaba eso de que la letra con sangre entra.
Nuestro conocimiento, de entonces, era el Movimiento y nada
más que el Movimiento cogido del brazo del Catecismo del
Nuevo Testamento y de la geografía de la España única e
indivisible de las 15 regiones y 52 provincias. España no
contaba, entonces ni ahora, con Ceuta y Melilla como
provincias, ni muchísimo menos como comunidades autónomas.
Eso de Ciudad Autónoma me parece cosa de chiste, lo escribí
en su momento y lo vuelvo a repetir, chiste barato donde los
haya y con un conglomerado burocrático municipal que parece
un cuadro de Pío Baroja, si a éste le hubiera dado por
pintar en vez de escribir. En suma que eso de Ciudad
Autónoma parece una concesión impermanente a unos chavales
cascarrabias, concesión ofertada por el progenitor, para que
se callen un ratito.
Los jóvenes de entonces ya teníamos conocimiento, al menos
los de mi pandilla, de cómo las gastaba las “Autoridades
Competentes” en materia de reuniones pseudos políticas. Nos
interrogábamos sobre el sistema de gobierno de nuestro país,
teniendo como única referencia el norte de Marruecos, y
siempre nos encontrábamos que el nuestro era el mejor. No
teníamos referencia de la democracia de otros países del
viejo continente y en las escuelas nos presentaban el
nuestro cómo el único del mundo mejor preparado… sí, sí,
preparado para morir por Dios y la Patria. Pobres pero
héroes de comics. ¿No te jode? Centinela de Occidente… ¿de
qué me suena esto?
En 1975 ya estaba casado y con tres hijos. El fútbol ya
había dejado de ser una fuente de ingresos para mi familia y
comenzaba a gestar mi propia empresa con el afán que la
juventud permitía entonces. Mis amigos de entonces, algunos
siguen siéndolo ahora mientras otros dejaron éste mundo,
eran jóvenes deportistas despreocupados por completo de la
política y más metidos en bailar el “twist” y el “fox trot”
con sendos cubatas libres (¿a santo de qué esta
denominación?) en los ratos libres que los entrenadores les
dejaban. Algún que otro espabilado se metía en la
Universidad, mientras otros estudiaban inglés con la
esperanza de jugar en el Tottenham City o el Manchester
United (el City no gustaba entonces) y los más se dedicaban
a los naipes o a leer TBO y novelas del Oeste en libros de
bolsillos con portadas de cartulina fina y buenos dibujos en
colores. Novelas que se leían desde la garita de la Guardia
del Caudillo hasta los infiernos carboneros de los mercantes
de entonces. Las chicas tenían su parcela copada por Corín
Tellado y las fotonovelas espantosas de amores y desamores.
Me encontraba residiendo en el enorme piso del Gobierno
Militar de Barcelona -ubicado en la Puerta de la Paz; donde
está la estatua de Cristóbal Colón señalando con el dedo
índice, que no el medio, hacia un confín en dirección
contraria al edificio militar-, cuando una noticia me llama
la atención, ello despierta en mí el interés por las cosas
de la política del país, por cuanto vuela por todo el
edificio, pasando de boca en boca, como si tuviera un
misterio fuertemente oculto: Franco se estaba muriendo… era
el mes de septiembre de 1975 y ello me marcó definitivamente
como un estudioso de las cosas que pasó en España hasta ese
día. Libros, datos y documentos, los tenía a montones
delante de mí. Algunos originales y otros copias… algunos
requisados a no se cuantos catalanes que lucharon contra el
régimen franquista y en los que salían a relucir nombres de
cargos públicos y de empresarios que si los sacaban a la luz
daría mucho que escribir hoy en día. Pero eso ya pertenece a
la posible Memoria Histórica que se consiga aprobar.
Sólo recuerdo que ese fue el día en que comencé a saber de
Carlos Arias Navarro y la peculiar postura que mantuvo a lo
largo de todo el proceso degenerativo del general, postura
que a la postre lo llevaron al olvido más desolado que
político alguno pudiera conocer. Todo lo contrario que el
inefable Fraga Iribarne y su pretensión de que el Cid
regresara en la persona del general. ¡Los del Movimiento nos
tomaban por moros! Menudo camaleón resultó ser el indomable
gallego.
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